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((**Es11.309**) nuevo vestidas de negro. Aquel cambio de escena suscitó un murmullo de sorpresa y aprobación. Sin embargo la Madre no se hubiera atrevido a introducir la innovación sin hablar de ella con el Fundador. Se lo refirió y obtuvo esta respuesta: -Espero ir para los ejercicios y entonces decidiremos. Mientras tanto irá don Miguel Rúa, que es prefecto general y casi no conoce todavía a las Hermanas. Así también él lo verá. Fue don Miguel Rúa y le recibieron con el mayor respeto. Como prefecto general se interesó por la marcha material, observó con minuciosa atención los registros, página por página, y se hizo cargo de toda la gestión económica. Después de examinarlo todo con su ojo de lince, sugirió normas muy oportunas. Y, habiéndole rogado que confesara y predicara, se prestó a ello de muy buen grado. Durante su permanencia, llegó a Mornese el director de Sampierdarena, don Pablo Albera, en compañía de don Luis Guanella, el cual había enviado allí desde Sondrio un buen grupo de ((**It11.362**)) postulantes. Era el mes de junio y los dos piadosos sacerdotes, según se expresa la crónica, se alternaban predicando meditaciones sobre el Corazón de Jesús, dando la bendición y la platiquita de la noche después de las oraciones. Llegaron finalmente los ejercicios espirituales. Comenzaron el 21 de agosto. Los predicaron don Juan Cagliero y un padre Carmelita. Aquellos ejercicios marcaron en la historia del Instituto un notable progreso en la perfecta regularidad de la vida religiosa, como ahora veremos. El Beato estuvo presente durante los últimos días. Confesó, platicó y después comunicó una gran noticia: -La Regla manuscrita, dijo, aún no habla de ello, pero es intención de la Iglesia que las hermanas, después de un trienio o dos de una buena prueba, se unan a Dios con votos para siempre; y como ya ha transcurrido un trienio desde que hicieron sus votos las primeras profesas, al terminar estos ejercicios con la ceremonia de la toma de hábito y de la profesión, harán los votos perpetuos las que así lo deseen y las superioras estimen que se les pueden conceder; las demás podrán renovar los votos, si bien alguna... La reticencia era muy elocuente. Estaba él al corriente de cuanto pasaba en casa; no faltaba alguna cabecita ligera en medio de las demás: ocurre en todas partes. Las religiosas trienales fueron a pedirle que las admitieran a los votos perpetuos. Pero él, después de exponer su parecer, concluía invariablemente: (**Es11.309**))
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