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((**Es11.224**) admiración: parecióme entonces encontrarme en mi propia habitación, por lo que me pregunté a mí mismo: ->>Dónde estamos? Y veía venir en mi busca, a sacerdotes, clérigos y otras muchas personas, todos asustados y anhelantes. Después de recorrer un buen trecho, el caballo se detuvo. Entonces vi venir hacia mí a todos los sacerdotes del Oratorio en compañía de numerosos clérigos, los cuales rodearon al animal. Vi entre ellos a don Miguel Rúa, a don Juan Cagliero, a don José Bologna. Al llegar se pusieron firmes contemplando a aquel enorme animal que yo montaba, pero ninguno decía palabra. Yo los veía a todos con aspecto melancólico, y reflejaban una turbación que jamás había contemplado en ellos. Llamé junto a mí a don José Bologna y le dije: -Bologna, tú que estás en la portería, >>sabes decirme si hay alguna novedad en casa? >>Cuál es la causa de la turbación que veo en todos los rostros? Y él me contestó: -Yo no sé dónde estoy, ni lo que hago... Estoy aturdido... Vinieron algunos, hablaron, se marcharon; la portería es un continuo ir y venir que yo no comprendo. -íOh! >>Es posible, me decía yo a mí mismo, que hoy haya de suceder algo extraordinario? ((**It11.259**)) Entonces uno me entregó una trompeta, diciéndome que me quedara con ella por que la necesitaría. Yo le pregunté: ->>Dónde estamos? -Toque la trompeta, me dijo. Soplé y se oyeron estas palabras: -Estamos en el pais de la prueba... Después se vio descender de lo alto de la colina tal cantidad de jóvenes, que creo pasasen de los cien mil. Ninguno de ellos hablaba. Todos, armados de una horca, avanzaban a toda marcha hacia el valle. Vi entre ellos a todos los alumnos del Oratorio y de otros colegios nuestros y a muchísimos que yo no conocía. Entretanto, por una parte del valle comenzó a oscurecerse el cielo de tal manera que parecía de noche y apareció un número inmenso de animales que parecían tigres y leones. Aquellos monstruos feroces, de cuerpo descomunal, con patas robustas y cuello largo, tenían la cabeza más bien pequeña. Su hocico producía espanto; con los ojos enrojecidos y casi fuera de las órbitas se lanzaron contra los jóvenes, los cuales, al verse asaltados por aquellos animales, se aprestaron para la defensa. Los muchachos tenían en la mano una horca de dos puntas con la que hacían frente a aquellas alimañas, levantándola o bajándola según la dirección del ataque de las mismas. Los monstruos, no pudiendo vencer a sus víctimas al primer asalto, mordían las puntas de la herramienta, se rompían los dientes y desaparecían. Había algunos, cuya horca sólo tenía una punta, y eran heridos por las fieras atacantes; otros la tenían con el mango roto; otros carcomido por la polilla; otros eran tan presuntuosos, que se arrojaban contra los animales sin arma alguna siendo víctimas de su temeridad, y no pocos encontraron la muerte en la lucha. Muchos conservaban la horca con el mango nuevo y con dos puntas. Entretanto mi caballo fue rodeado desde un principio por una cantidad extraordinaria de serpientes. Pero saltaba y coceaba a diestro y siniestro, y las aplastaba o las alejaba, elevándose cada vez a mayor altura y ganando en corpulencia. Pregunté entonces a alguno qué significaban aquellas horcas de dos puntas. Me trajeron una y vi escrito sobre una de sus puntas: Confesión. Y en la otra: Comunión. (**Es11.224**))
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