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((**Es11.182**) muchachos, cargaban también sobre el balance de la casa. Y no eran sólo los muchachos los que vivían en el Oratorio; estaban, ademas del personal directivo y docente, los Hijos de María, generalmente pobres, y los clérigos, que pagaban poco o nada. Dos talleres producían: la tipografía y la carpintería. Pero sus ganancias no llegaban a cubrir las pérdidas de los otros. El beneficio de la librería era muy escaso, porque don Bosco, en su afán de buscar el bien, quería absolutamente que los precios fueran los mínimos. Es cierto que los colegios enviaban a don Bosco sus ahorros; pero éstos no llegaban a cantidades elevadas, ya que las pensiones eran muy modestas. En efecto, en una de las tres cartas de don Bosco citadas hace poco, escribe desde Alassio a don Miguel Rúa, que esperaba un poco de <> para final del primer trimestre: <>. Había tres momentos críticos: los sábados, el final de las quincenas y el término de cada semestre. Cada sábado había que pagar a los trabajadores externos de los talleres; y como, las mas de las veces no había dinero suficiente en caja, don Bosco, siempre huésped bien recibido, iba a comer a casa de un bienhechor y volvía con el dinero necesario. Crecía el apuro cuando había albañiles en casa (y los había con frecuencia); entonces, se presentaba el maestro de obras para cobrar la quincena terminada; y él salía inmediatamente a pordiosear, e iba llamando de puerta en puerta hasta que lograba reunir lo necesario. Para estas necesidades no solía encargar a nadie. ((**It11.209**)) Al terminar el semestre, como se debían pagar las facturas de los proveedores, crecían las preocupaciones, pero nunca se turbaba. La experiencia de tantos años le había acostumbrado a tomarselo con paciencia, siempre seguro de que en el momento oportuno no faltaría el socorro providencial. Verse falto de medios y confiar mas en Dios era para él la misma cosa. Cuando el buen Padre se ausentaba, quien le sustituía en la dirección del Oratorio, se daba cuenta de los muchos apuros por los que se pasaba. Mientras estaba en casa, acudían los bienhechores en su busca, y si no lo hacían, salía él tras ellos, y a don Miguel Rúa le tocaba componérselas cuando el buen Padre se ausentaba. Hemos aludido a las comidas en casa de los bienhechores, y vamos a dar una explicación antes de pasar adelante, ya que se presenta la ocasión. Iba, pues, en busca de limosna, pero junto con esta finalidad, escondía celosamente otra intención que nunca perdía de vista: hacer el bien a todas aquellas personas y a sus familias. Sin la menor apariencia de realizar una misión, lo lograba con su porte edificante, su sobriedad (**Es11.182**))
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