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((**Es11.150**) Animémonos, pues, todos, y especialmente por dos cosas. Esforcémonos, primero, por trabajar mucho para hacer mucho bien. Digan después los demás lo que quieran. Creedme, no se puede contentar a todos; es materialmente imposible. Os puedo asegurar que siempre me cuidé de no disgustar a nadie; pero cada día que pasa estoy más persuadido de que me es imposible contentar a todos. Trabajemos, pues, con diligencia; hagamos lo que podemos, hagámoslo todo y dejemos después que digan; no nos importe lo que puedan decir de nosotros. Nosotros hablemos siempre bien de todos. Lo segundo que quisiera inculcaros a todos es que nos empeñemos en cortar las murmuraciones también entre nosotros. Si alguien tiene algo que decir, hable de ello con los superiores y se procurará, por todos los medios, hacer desaparecer los motivos del mal humor; pero que nadie tenga que lamentarse de nada. Sostengámonos siempre los unos a los otros, ya sean internos o externos. Esto contribuirá muchísimo al incremento y al bien de la Congregación. Ahora os recomiendo encarecidamente a todos que atendáis a vuestra propia salud. Estoy de acuerdo en que, al que no se encuentra bien, se le tengan los cuidados posibles y se le administre todo lo que pueda favorecerle. Así se lo recomiendo especialmente a los directores; que no permitan falte nada a los enfermos; más aún, cuiden de que no se cansen demasiado. Prefiero se deje algo por hacer, antes que causar demasiada fatiga a nadie. Hay que tener ánimo; el que puede hacer mucho, hágalo a gusto; el que no puede hacer tanto, sea considerado como los demás y téngase en cuenta su condición o delicada salud. Por lo demás, >>qué queréis que os diga? (Al llegar aquí casi se apagó su voz. Ya desde el principio era muy débil y parecia que no pudiese hablar por el cansancio; pero ahora empezó como a sollozar y a conmoverse cada vez más) No me queda más que rogaros tengáis la bondad de aguantarme, como lo habéis hecho hasta ahora y de encomendarme al Señor. Soportémonos mutuamente los unos a los otros y sea éste un recuerdo que valga para toda nuestra vida. ((**It11.170**)) Una cosa más y termino. Pongámonos de acuerdo para cumplir siempre bien las prácticas de piedad de nuestra Congregación y especialmente el ejercicio de la Buena Muerte, el último día de cada mes. Por cuanto sea posible, déjense todas las demás ocupaciones ese día y aplíquese cada uno a la consideración de lo que propiamente atañe a la salvación eterna de su alma. Yo confío mucho en este ejercicio bien hecho, porque, si cada uno emplea un día al mes para arreglar sus cosas, ya puede venirle la muerte cuando quiera y de la forma que quiera, que no le pilla desprevenido. En ese día no sólo se ha de hacer una confesión más diligente y una comunión más fervorosa, sino que, además, hay que arreglar todo lo referente a los estudios y especialmente a las cosas materiales de modo que, si nos sorprendiera la muerte, pudiéramos decir: -No tengo nada en que pensar más que en morir en el abrazo del Señor. Que Dios os bendiga, queridos hijos míos. Como por última vez se reunieron todos los invitados con don Bosco en su propia habitación. Se invocó al Espíritu Santo, según costumbre, y don Miguel Rúa, haciéndose intérprete del deseo de todos los allí presentes, preguntó cómo iban las gestiones de América. (**Es11.150**))
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