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((**Es11.148**) Siempre, dentro del mismo amor a la regularidad, se estudió el caso de aquel que, viajando o estando en casa de sus padres, se permitiera diversiones o excursiones que no fueran concertadas antes. >>Acaso no se había permitido uno, durante las últimas vacaciones llegarse hasta el Gran San Bernardo? No se determinó nada en concreto; sólo pareció oportuno que se avisara a los hermanos en cada colegio para que eso no sucediera; ((**It11.167**)) sino que, el que saliera para un lugar determinado, fuese a aquel lugar, no a otro; y el que se encontrara en casa de sus padres, antes de emprender un viaje o algo de importancia, escribiese a los Superiores. La quinta conferencia fue pública. Todos los socios del Oratorio, profesos, novicios y aspirantes, en número de ciento cincuenta, se reunieron en la iglesia de San Francisco para escuchar a don Bosco. Todo lo que él dijo se recogió y consta en las actas. Comenzó naturalmente con la bendición del Papa, narró después la coincidencia de la recomendación del Papa Pío IX y el apunte que él llevaba escrito sobre la fidelidad y obediencia al Vicario de Jesucristo, y luego anunció las indulgencias generales traídas de Roma. Todo ha sido ya narrado en el capítulo sexto. Finalmente prosiguió así: Advierto de modo especial que no sólo el Padre Santo nos quiere y favorece, sino que, en general, todos ven bien a nuestra Congregación. Los buenos y los malos, las autoridades civiles y las eclesiásticas y, salvo rarísimas excepciones, todos nos favorecen. De intento decía que hasta los malos nos miran con buenos ojos, porque vemos que los mismos que gritan contra las órdenes religiosas y quisieran verlas suprimidas de raíz, nos colman de alabanzas a nosotros. Y os voy a contar un episodio sucedido hoy mismo. Un señor alto y corpulento, que llevaba en la mano dos periodicuchos pésimos, me saludó. Yo no le reconocí; pero él se presentó: era uno de los antiguos alumnos de la casa, que me dijo guardaba el mejor de los recuerdos de mí y del Oratorio. Le pregunté por qué llevaba en las manos aquellos periodicuchos y supe que él escribía en ellos y que tenía opiniones totalmente opuestas a las que había aprendido aquí. Seguimos hablando, le pregunté si ya había cumplido con Pascua y supe que no frecuentaba la iglesia hacía años. Le pregunté entonces cómo era posible que, con la vida que llevaba y los escritos que publicaba, pudiera conservar buenos recuerdos de nosotros. Y me respondió que, si escribía tanto contra curas, frailes y prelados, era porque veía muchos desórdenes y cosas que daban asco; que nos conocía muy bien a nosotros y que también sus compañeros de trabajo (de la misma laya) nos miraban con buenos ojos, porque hacíamos el bien, trabajábamos y no nos metíamos en política. Yo le dije: ->>Cómo es posible que habléis bien de nosotros? Porque, sino me equivoco, no hace muchos días apareció en vuestro periódico un artículo infamante contra un sacerdote. Y él me respondió: (**Es11.148**))
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