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((**Es11.107**) Minerva. Allí desembuchó y contó los manejos de sus adversarios en Roma, para que estuviera al corriente de cuanto se hacía y decía en su contra. Hablaba él sin parar y don Bosco escuchaba sin decir esta boca es mía. Finalmente, el Siervo de Dios rompió el monólogo diciendo: -Mire, Monseñor; don Bosco se encuentra en la misma situación del célebre capitán de aventuras Juan de las Bandas Negras. Debe mirar primero a derecha e izquierda para saber a qué carta quedarse y qué hacer, y después debe decir a los suyos lo que aquel capitán decía a sus propios soldados: <>. Nunca le abandonaba su habitual serenidad. El secretario, que observaba en su ((**It11.118**)) incesante viacrucis romano tanta constancia y tanta paciencia yendo y viniendo inútilmente a ver a ciertas personas, en busca de un favor para el bien ajeno o de la Iglesia, y subiendo escaleras hasta un cuarto piso, para conseguir una limosnita, no podía contenerse y le decía: -íAy, pobre don Bosco, si vieran y supieran en el Oratorio los esfuerzos y sudores que a usted le cuesta obtener una ayuda o llevar a término algún asunto en favor de sus hijos...! Y él respondía: -Todo para salvar mi pobre alma... Para salvar nuestra pobre alma hay que estar dispuestos a todo... Mira, yo no siento más inclinación que la de dedicarme durante los pocos años que me quedan de vida a organizar los asuntos de nuestra Congregación. Fuera de esto, lo demás no tiene para mí ningún atractivo. La víspera de su partida, 15 de marzo, le parecía a don Bosco que su viaje a Roma no había sido inútil. Los asuntos de mayor importancia, que habían motivado su viaje, quedaban bien orientados, como ya se ha visto respecto de algunos y como se verá, respecto de otros, más adelante; el llevarlos a buen puerto, era sólo cuestión de tiempo y de saber arreglárselas. Pero él no se iba con las manos vacías. A más de los favores individuales para personas beneméritas, llevaba consigo dos Breves y tres Decretos y dejaba dos Decretos más en trámite de redacción. Con el primer Breve se concedía a todos los fieles que visitaran la iglesia de María Auxiliadora, indulgencia plenaria, en un día del año a elegir y cumplidas las condiciones acostumbradas. Esta indulgencia era muy oportuna para los numerosísimos devotos que, desde muy lejos, peregrinaban al santuario. El segundo Breve, además de incluir dos de dichas indulgencias, concedía otros siete favores: 1.° altar privilegiado (**Es11.107**))
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