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((**Es10.88**) Un médico incrédulo e indiferente en cuanto a religión, aquejado de epilepsia, se presentó al Director del Oratorio de San Francisco de Sales de quien había oído decir que curaba toda suerte de enfermedades. Fue invitado a rezar unas oraciones, a santiguarse, cosa que no hacía desde cuarenta años atrás, y a confesarse: hizo la señal de la cruz, rezó, se confesó, quedó instantáneamente curado y nunca más tuvo ataques de epilepsia. Un médico, muy estimado como tal, pero incrédulo e indiferente en religión, se presentó un día al Director del Oratorio de San Francisco de Sales y le dijo: -He oído decir que usted cura toda clase de enfermedades. ->>Yo? No. -Sin embargo, me lo han asegurado, mencionando incluso el nombre de las personas y la clase de enfermedad. -Le han engañado. Sucede, a menudo, es verdad, que se presentan a mí personas para obtener semejantes favores para sí o para sus conocidos por intercesión de María Auxiliadora; hacen triduos, novenas u oraciones con alguna promesa a cumplir si obtienen lo que piden; pero en tales casos las curaciones suceden gracias a María Santísima y no a mí. -Pues bien, cúreme también a mí y creeré en esos milagros. ->>Qué enfermedad sufre su señoría? Comenzó el doctor a contar que padecía de epilepsia, y que, especialmente desde hacía un año, eran tan frecuentes los ataques, que ni siquiera se atrevía a salir de casa sin que alguien le acompañara. Todos los remedios habían resultado ineficaces y, como veía que iba de mal en peor, había acudido a él con la esperanza de obtener, como tantos otros la curación. -Pues bien, díjole el Director, haga como los demás: póngase de rodillas, rece conmigo unas oraciones, dispóngase ((**It10.87**)) a limpiar su alma con los sacramentos de la confesión y comunión y verá cómo la Virgen le consolará. -Mándeme otra cosa, porque no puedo hacer lo que me dice. ->>Y por qué? -Sería una hipocresía. Yo no creo en Dios y en la Virgen, ni en oraciones y milagros. El Director quedó consternado; sin embargo, tantas y tales cosas le dijo que, ayudado por la gracia de Dios, el doctor se arrodilló y rezó unas oraciones con el dicho sacerdote. Se santiguó, se levantó y dijo: -Me extraña que haya sabido todavía hacer la señal de la cruz, porque hace cuarenta años que abandoné esta costumbre. Prometió, además, que se prepararía para confesarse. Y cumplió la promesa. Tan pronto como se confesó, se sintió internamente curado, y nunca más volvió a tener ataques epilépticos, siendo así que, según afirmaban sus familiares, eran antes tan frecuentes y terribles que corría el peligro de tener un accidente. Algún tiempo después vino a la iglesia de María Auxiliadora, recibió los sacramentos, entró después en la sacristía y dijo a los parientes allí reunidos: -Dad gloria a Dios. La Virgen me ha obtenido la salud del alma y del cuerpo;(**Es10.88**))
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