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((**Es10.390**) sin embargo, don Bosco intuyó que aquél era el momento oportuno para proveer a las numerosas diócesis vacantes. >>Cómo hacer? Pensó dirigirse directamente al Papa, porque, en medio de tanta confusión, ninguno de los que rodeaban al Pontífice soñaba se pudiera hallar una manera con la que, dejando a salvo los derechos de la Santa Sede, se pudieran elegir nuevos Obispos en Italia. Más de cien diócesis carecían de Pastor con gran perjuicio para las almas, la disciplina eclesiástica ((**It10.423**)) y las nuevas vocaciones, por la indiferencia religiosa que se iba infiltrando cada vez más en las poblaciones. Muchos prelados estaban convencidos de que la tempestad sería pasajera, y juzgaban que no se debía en absoluto desistir, ni siquiera en apariencia, de la inflexibilidad de conducta que se guardaba, necesaria por otra parte y loable, tenida en cuenta la malignidad de los enemigos de la Iglesia. Don Bosco sufría en aquel estado de cosas y, lo mismo que hizo en 1867, después de rezar y estudiar la manera de remediar, al menos en parte, tantos males, se dispuso, sin apoyos humanos, a la ardua empresa. Escribió un memorándum en el que, después de exponer el estado deplorable de muchas diócesis, manifestaba claramente su opinión. Pensaba él que las condiciones de Roma no cambiarían tan pronto y, por consiguiente, que estaba dispuesto a explorar las intenciones del Gobierno, no ya como encargado oficioso ni confidencial, sino como persona privada, y con el permiso del Padre Santo, sin que el Papa tuviera que ponerse en relación con él de ningún modo. Por medio de un mensajero fidelísimo llegó el memorándum al Padre Santo, que no sólo aprobó el pensamiento del Santo, sino que le mandaba actuar tal y como había expuesto. Sin duda, vino a la mente de Pío IX el vaticinio del 5 de enero de 1870, intuyendo quién lo había escrito. Nada más recibir el imperioso consentimiento, don Bosco se puso en relación con el Gobierno, el cual, aunque convencido de que por el momento no había ninguna potencia dispuesta a disputarle la última conquista, sin embargo, descubría puntos negros en su horizonte de color de rosa. Francia, por ejemplo, no consideraba caducada la famosa convención del 14 de septiembre, que Napoleón había ajustado con Italia, por la que se aseguraba al Papa la independencia. Era una letra de cambio en blanco. Thiers, presidente de la República, en las fiestas del Jubileo Pontificio, había enviado a Roma un embajador (**Es10.390**))
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