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((**Es10.168**) veían en los más piadosos y doctos sacerdotes. Al dar, por ejemplo, orientaciones y normas de vida cristiana, especialmente a los que aspiraban a mayor perfección, parecía otro San Felipe Neri. César Chiala, inspector de Correos y miembro de las conferencias de San Vicente de Paúl, que le apreciaba muchísimo, tomaba aquel año estas resoluciones: No gastar ni un céntimo sin necesidad. Evitar las ocasiones de hacer gastos inútiles. Estudiar el catecismo y las rúbricas de la misa y la oración en honor a los Santos protectores. Estudiar la vida de la Virgen. No omitir, mientras pueda, la comunión diaria. Santiguarme antes de comer. Procurar acostarme a las diez para levantarme a las cuatro y media. No quejarme nunca de la comida. No perder el tiempo en la oficina. Vencer las antipatías. Deponer la altanería en el trato con cualquiera. Media hora de meditación por la mañana. Descubrirme al pasar delante de una iglesia. Hacer bien las visitas a los pobres. No omitir, el viernes, la visita al Santisimo Sacramento. Celebrar bien las fiestas. Esforzarme para no estar nunca ocioso. Desear siempre crecer en gracia et amorem Tui solum (íy amarte sólo a Ti!). Nuestro buen Padre dedicaba las horas libres en San Ignacio a escribir y responder infinidad de cartas y despachar sus asuntos. ((**It10.177**)) Habiéndose enterado de que los señores Prefumo y Varetti habían encontrado una casa para el ansiado Hospicio de Génova, donde recoger a los muchachos pobres, redactó el programa e hizo sacar una copia al señor José Bartolomé Guanti, que más tarde se ordenó de sacerdote y que, siendo capellán en Buttigliera, diez años después de la muerte del Santo, recordaba lo que le había sucedido entonces: El año 1871 (del 9 al 20 de agosto) estuve en San Ignacio, de Lanzo, haciendo ejercicios espirituales. Tuve la suerte de que me asignaran una habitación contigua a la del queridísimo don Bosco, que se encargaba de repetir con la campanilla los toques de campana para las diversas funciones. Recuerdo perfectamente que era el sacerdote más ocupado en las confesiones y que nunca tuve ocasión de ver deshecha su cama, pues descansaba sólo algunas horas por la noche en una butaca ordinaria de anea. (**Es10.168**))
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