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((**Es10.1249**) Sólo me quedaría el mantenimiento de los seminaristas, que yo limitaría a doce gratuitos. Un buen colegio puede siempre ofrecer doce plazas gratuitas; pero, aún sin esto, la asistencia que prestarían a los huérfanos reportaría a la casa lo suficiente para mantener a los doce seminaristas. Con todo, en lo que yo apoyo humanamente mi plan es en el afecto de los ciudadanos, pues no conviene que pese sobre el Obispo o sobre la Iglesia, aun cuando nos prestaren socorro en casos de urgencia. Estos institutos, formando un todo, resultan más económicos, pues uno ayuda al otro. Además, el colegio y el orfanato ganan para el seminario la simpatía y la bolsa de los ciudadanos, que lo es todo. Y si además esta casa es dirigida por una corporación religiosa, queda cumplido el cometido a las mil maravillas; traba y vincula todo en un único objeto, responde a todos los deseos y presta al Obispo y a la diócesis unos servicios que no se podrían esperar por otros caminos. Este era mi pensamiento; pensamiento que no descubrí a ninguno, porque, si bien era fácil llevarlo a cabo, yo creía que no me tocaba a mí realizarlo y no pensaba tampoco en ello. Bendito sea mi atrevimiento de manifestárselo a usted, que no fue precisamente atrevimiento. Tan pronto como me encontré con usted en Roma, me sentí cautivado por su bondad, me sentí suyo. A mí me habían encaminado ((**It10.1361**)) hacia los jesuitas, con carta para el Padre General, pero, habiéndola perdido en Foligno, junto con la cartera y el dinero, (íprovidencia de Dios!), no me atrevía a presentarme al Secretario; y, por eso, llegué a usted, mas sólo para que me ayudara a obtener el pasaporte, si se acuerda, y no le hablé de otra cosa. Habiendo resultado inútiles las pesquisas para la cartera, escribí todavía a usted sobre ella y accidentalmente le hablé del encargo que había recibido de Savannah. Dispuso el Señor que esto fuera según sus deseos: me invitó a conferenciar y la conferencia terminó con que yo salí de ella hijo suyo. Si, como yo espero, no ha habido cambios, en estos diez meses que estoy ausente y nunca he escrito, el Obispo de allá debe estar embargado con la alegría que le habrá dado mi carta. Veremos por la que él me escriba, que llegará aquí a fines de abril, si no ha habido ningún entorpecimiento. En caso favorable, seré feliz: 1.° por ser hijo suyo; 2.° por volver, como tal, a mis misiones al lado de un Obispo, a quien quiero mucho; 3.° por realizar allí más de lo que podría haber deseado, a saber: ser religioso y misionero. Misionero en mis mismas misiones, fundador de seminario, colegio, escuela de aprendices y, como explicaré al final, fundador de una misión especial. No me falta más que una conversión verdadera y seré feliz. Esta obra encontrará oposiciones en Savannah. Usted sabe lo que me dijo monseñor Simeoni, estando usted presente; que yo, como no he prestado juramento alguno, estoy libre para ir a la misión, donde me encuentre de acuerdo con el Obispo. Yo no me aparto de mi camino; déme un compañero y, dentro de un mes, habré conseguido y contratado en la ciudad más centros, para abrir la casa y para llamar asistentes. Pero esperemos ir a Savannah, y a la espera de esto, como no me conviene perder tiempo, permita que le exponga ahora aquí mis puntos de vista sobre este asunto; y para proceder con claridad, le expongo a continuación algunos puntos o cuestiones: (**Es10.1249**))
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