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((**Es10.1052**) y no volvió a Monte Labbro hasta 1878. Acudieron entonces a su alrededor miles de personas, que prestaban fe en una república mística y, guiadas por él y por sus principales secuaces, revestidos de trajes teatrales, de apóstoles y de sacerdotes, se dirigían hacia Arcidossa; pero el 18 de agosto, cerca de Bagnore, les cortó el paso la fuerza pública, y Lazzaretti cayó muerto en una pelea. Así acabó su misión extraordinaria. Pero he aquí un inesperado contratiempo, que proporcionó serios disgustos a don Bosco. El 20 de abril vencía el plazo de la difusión de los boletos de la rifa y se iba a proceder al sorteo de premios, cuando se denunció al Gobierno Civil de Turín que don Bosco había anunciado una rifa pública sin ninguna autorización. El Gobierno Civil envió a los agentes de policía para secuestrar los registros. Se encargaban del registro de los boletos José Buzzetti y César Chiala. Este se encontró con que de repente ((**It10.1147**)) los guardias invadían su despacho. Estos no encontraron más que un viejo registro titulado Registro de la limpia inodora de las cloacas, en el que, mezclados con otras anotaciones, aprovechando las páginas que habían quedado en blanco, estaban escritos los nombres de algunos donantes. Despertó grandes risas el título del registro, y el jefe de policía, al levantar acta del secuestro, anotó los primeros y últimos renglones del registro, pasó luego a la sacristía y colocó los sellos en el cuadro. Los verdaderos registros habían sido trasladados de antemano a otra parte, tan pronto como se tuvo noticia de la denuncia. Aquel día estaba don Bosco fuera de Turín y precisamente en San Pier d'Arena. El 30 de abril, ya en el Oratorio, fue inmediatamente a ver al comendador Juan Migliore, sustituto del Procurador del Rey, a quien conocía muy bien, porque en el invierno anterior le había recomendado una hija suya. Estaba ésta amenazada de tisis, desahuciada por los médicos, y el Santo la había invitado a que, junto con toda la familia, fuera a oír la misa, que él celebraría en su antesala, y la hija había curado. Díjole el caballero que también él había aceptado algunos boletos. Díjole, además, que, ordinariamente todos los objetos embargados iban a parar a sus manos, pero que en esta ocasión el asunto había sido confiado directamente al Procurador General, comendador Lorenzo Eula. Le acompañó al Oratorio, adonde volvió a los pocos días para pagar los boletos, le dio instrucciones para saber cómo conducirse en este asunto, declarándole llanamente que aquella manera de acudir a la caridad pública no le parecía en absoluto (**Es10.1052**))
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