Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es1.65**) que no perdía su aspecto de bondad y de alegría, y sonreía. También se dibujaba en los labios de la madre una sonrisa, y todo concluía bien. Quién puede describir el bien que hace en un niño la sonrisa de su madre? Infunde gozo y amor; es un recuerdo suave en los años de edad avanzada y un estímulo eficaz en el cumplimiento de los propios deberes; es un reflejo de la alegría del paraíso y hacia él levanta los corazones, haciéndolos mejores. ((**It1.60**)) Tal era el método de Margarita para reprender a sus hijos, intentando a toda costa que la reprensión no provocase ira, desconfianza, enemistad. Su máxima en este punto era precisa: inducir a los hijos a hacerlo todo por amor y para agradar al Señor. Por eso, era una madre afortunada. Ahora bien, ser buena con hijos cariñosos, ganarse por el amor corazones bien nacidos, no parece demasiado dificil. Lo difícil está en domar con la bondad temperamentos iracundos, despóticos y hostiles. Margarita lograba también triunfar en estos casos. El hijastro Antonio, que era ya mayorcito cuando Francisco se casó de segundas nupcias, había acogido con frialdad a su nueva madre y, como suele suceder en tales casos, la miraba como una intrusa. Las caricias que su padre prodigaba a José y a Juan le parecían una usurpación de sus hermanos en daño propio. Y con mayor motivo, previendo que del escaso patrimonio, que consideraba suyo, iba a perder dos tercios. La fría razón no lo excusará, pero en sus años de imaginación ardiente se comprende que se lamentara de su situación. Por eso sentía cierta antipatía contra su madrastra. Margarita, sin embargo, especialmente después de la muerte de su marido, comenzó a tratar a Antonio con toda suerte de preferencias, con todas las atenciones que un primogénito predilecto pudiera desear, intentando vencer su ánimo rebelde. Con esto lograba que no se viera turbada la paz en la familia, pero no podía impedir que, a veces, se dieran escenas desagradables con desobediencias o contestaciones insolentes. Hacía falta una virtud heroica para resistir aquel temperamento fogoso y caprichoso que, en ciertas ocasiones, no dudaba en llegar a altercados con la misma anciana abuela. Mamá Margarita supo estar siempre en su sitio en pruebas tan duras. ((**It1.61**)) Con frecuencia, Antonio pegaba a sus hermanitos, y Margarita tenía que acudir a librarlos de sus manos. Pero nunca lo hacía por la fuerza y, fiel a su máxima, jamás tocó a Antonio ni siquiera un pelo. Se puede imaginar el dominio que tenía Margarita de sí misma para superar la voz de la sangre y del amor entrañable que sentía por José(**Es1.65**))
<Anterior: 1. 64><Siguiente: 1. 66>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com