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((**Es1.349**) puntualmente dando catecismo a los muchachos en la iglesia y hasta por la calle cuando se encontraba con ellos. Los dos amigos hablaron largo y tendido de piedad, de sus proyectos y sus estudios y Comollo quedó admirado de una prueba que le dio Juan de su portentosa memoria, hasta el punto de sacar la conclusión de que pocos en el mundo debían estar favorecidos por el Señor con un don semejante. Juan había leído una vez los siete volúmenes de la historia de Flavio Josefo: pues bien, tomándolos de la biblioteca del párroco, se los entregó a Comollo ((**It1.433**)) diciéndole: -Pregúntame el capítulo que quieres que recite, con tal que me digas el título. - Accedió con gusto Comollo y Bosco recitó con presteza, aquel capítulo de la primera a la última palabra. Después del primero, aún recitó otros. -Ahora, prosiguió Juan, pregúntame el hecho que quieras escoger. -Comollo buscó el índice y le preguntó el primer hecho que cayó bajo sus ojos: Juan se acordaba tan bien, que no equivocó ni una sola frase. Y de nuevo dijo: -Abre ahora uno de estos libros en la página que quieras y dime las primeras palabras del primer renglón, aunque el párrafo esté en su mitad. -Comollo lo hacía así y Juan recitaba la página como si la tuviera ante los ojos. Finalmente, indicábale Comollo un hecho cualquiera y él sabía en qué página se encontraba y en qué parte de ésta empezaba el texto. Una prueba igual ya la había hecho con su párroco el teólogo Cinzano, quien más tarde lo atestiguaba a los jóvenes del Oratorio, cuando iban a visitarle en la época de las grandes excursiones. Tenemos innumerables pruebas de su portentosa memoria. Recuerdo que hacia 1870 estaba don Bosco en Lanzo escribiendo la Huerfanita de los Apeninos; pidió a uno de sus sacerdotes le buscara un determinado volumen de Bercastel, indicándole más o menos la página donde encontrar la narración de la pastorcita de los Pirineos. Se buscó la obra, se tomó el volumen y se encontró enseguida lo que don Bosco quería. Es de notar que no había leído ni un renglón de aquel libro desde que salió del seminario. Conocía al dedillo una infinidad de libros. Sus sacerdotes tuvieron con ello una gran ayuda y un inmenso ahorro de tiempo, porque cuando tenían que predicar, prepararse para unos exámenes, escribir libros, acudían a él y él siempre les indicaba cinco o seis volúmenes, les informaba sobre el autor más aceptado, ((**It1.434**)) y hasta les enseñaba el modo de aprovecharse de ellos. En 1865 le tocó a don Cagliero sustituir a un predicador, que, después de aceptar el panegírico de un santo poco conocido, no podía ausentarse de la ciudad. Don Cagliero ignoraba por completo la historia del Santo. Don Bosco estaba (**Es1.349**))
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