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((**Es1.333**) mí: "El autor de este libro era un hombre docto". Seguí una y otra vez leyendo aquel libro de oro, y no tardé en darme cuenta de que uno solo de sus versículos contenía más doctrina y moral que todos los gruesos volúmenes de los clásicos antiguos. A este libro debo el haber cesado en la lectura profana. Después me di a leer a Flavio Josefo, en Antigüedades judías, y en la Guerra judía; luego a monseñor Marchelti, en Razonamientos sobre la religión; a Frassinous, Balmes, Zucconi y muchos otros autores religiosos. Saboreé la lectura de la Historia eclesiástica, de Fleury, ignorando entonces que no convenía leerlo. Con mayor fruto aún leí las obras de Cavalca, de Passavanti, Ségneri y toda la Historia de la Iglesia, de Henrion, que me quedó impresa en la memoria. >>Tal vez diréis que leyendo tanto no podía atender gran cosa a los estudios. No fue así. Mi memoria seguía ((**It1.412**)) favoreciéndome, y sólo con leer el texto y oír la explicación de la clase me bastaba para cumplir mi deber. Así que todas las horas de estudio las podía dedicar a lecturas diversas. Los superiores lo sabían y me dejaban hacer>>. Añadimos nosotros que estudiaba también con esmero a los santos padres y a los doctores de la Iglesia, San Agustín, San Jerónimo y especialmente Santo Tomás, tanto que llegó a saber de memoria algunos volúmenes de esta águila de la filosofía y de la teología. Durante los cuatro años que todavía continuó en el seminario leyó y estudió toda la Biblia, los Comentarios de la Sagrada Escritura de Cornelio Alápide y de Tirino, y adquirió también un amplio conocimiento de los Bolandistas. Estos libros y todos los que deseaba los pedía prestados a la biblioteca del seminario, y en las vacaciones recurría a los párrocos. Por lo demás, parece una disposición de la Providencia que don Bosco no conociera en parte, por algún tiempo, la belleza de los libros que tratan de religión, pues su estudio requiere una madurez de ingenio mayor que la que posee un estudiante de retórica o de primer curso de filosofía. El amor a los clásicos era necesario para la ciencia indispensable del que debía ser fundador de tantos centros de instrucción. Y el teólogo profesor monseñor Pecchenino, que mantuvo con él durante muchos años íntima amistad, afirmaba que era admirable ver la instrucción de don Bosco en todos los ramos de la literatura italiana y latina. Pero cada cosa a su tiempo. Nos lo dice el mismo Eclesiástico: <>.1 1 Eclesiástico, XXXIX, 1. (**Es1.333**))
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