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((**Es1.332**) siempre observaba la nunca bastante alabada norma de urbanidad, de callar cuando otro habla. Por lo cual, sucedía a menudo, que cortaba una palabra por mitad para dar lugar a que otro hablara. Un tal Domingo Peretti, más tarde párroco de Buttigliera, era muy locuaz y siempre tenía una respuesta. Garigliano era un oyente excelente y sólo intervenía de vez en cuando>>. Gracias a estas conversaciones, que exigían mucha atención en clase a las explicaciones de los profesores, Juan llegó a poseer a la perfección la lógica, la metafísica, la ética, la aritmética y la física, como se verá en el curso de esta historia. <>.1 Y he aquí otra prueba de nuestra afirmación. En el segundo curso de filosofía estuvo a punto de no ganar el concurso de la dispensa de dos meses de pensión. Se presentó un competidor de mucho talento. Los dos alcanzaron las más altas calificaciones, tanto en el ejercicio oral como en el escrito. Se les propuso la división del premio. Juan estaba conforme; pero el compañero, aunque era muy rico, titubeaba en decidirse. Entonces el profesor les obligó a un segundo examen: fue un ejercicio muy difícil, pero Juan triunfó. Y también obtuvo la misma suerte en los años siguientes. Sin embargo, Juan padeció un error en cuanto a los estudios, error que pudo acarrearle funestas consecuencias, de no haber mediado un hecho providencial. Así escribe él mismo: <((**It1.411**)) paganas, no encontraba ningún gusto en los escritos ascéticos. Llegué a estar persuadido de que el buen lenguaje y la elocuencia no se podía conciliar con la religión. Las mismas obras de los santos padres me parecían producto de ingenios harto limitados, hecha excepción de los principios religiosos que ellos exponían con fuerza y claridad. Esto era consecuencia de conversaciones oídas a personas eclesiásticas muy duchas en literatura clásica, mas poco respetuosas con las grandes lumbreras de la Iglesia, que no conocían. >>Hacia el principio del segundo año de filosofía, fui un día a hacer la visita al Santísimo Sacramento y, por no tener a mano el devocionario tomé la Imitación de Cristo y leí un capítulo sobre el Santísimo Sacramento. Al considerar atentamente la sublimidad del pensamiento, el modo claro y, al mismo tiempo, ordenado y elocuente con que quedaban expuestas las grandes verdades, dije para 1 Prov., XXVII, 17. (**Es1.332**))
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