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((**Es1.315**) interminable, que no dejaba seguir leyendo las demás composiciones. Admiraba a los compañeros la facilidad con que componía y hasta improvisaba poesías. Retenía en la memoria un tesoro inagotable de versos y de rimas. Sus estrofas, llenas de brío, estaban a veces compuestas según las reglas del arte; pero en general ((**It1.388**)) eran hijas de la fantasía, y no estaban muy cuidadas en cuanto a la rima o la medida; a lo mejor quedaban incompletas, por buscar el efecto del momento, que realmente obtenían con la belleza de la idea. Por eso precisamente le llamaban poeta improvisador. Sus composiciones siempre se inspiraban en temas religiosos y morales y, con frecuencia, en la gratitud a los bienhechores. Los antiguos amigos del colegio municipal de Chieri no le olvidaban. Los jueves se llenaba la portería del seminario de muchachos estudiantes, que iban a llevarle sus cuadernos y sus páginas para que las examinara. El, la mar de contento, corregía, anotaba los errores, explicaba las frases, les repasaba las lecciones que habían oído en clase. Pero nunca dejaba que se marcharan, sin un buen pensamiento. Así nos lo refería don Santiago Bosco. Pero al que Juan esperaba con mayor ilusión era siempre a Luis Comollo, que estudiaba retórica aquel curso. Comollo se merecía el aprecio de cualquier alma cristiana. Por su inteligencia despejada, su carácter suavísimo, el cumplimiento de sus deberes hasta el escrúpulo, la limpieza de sus costumbres, su constancia en el bien, su amor por la oración y los Sacramentos, resultaba un ángel, que excitaba a los compañeros a imitar su conducta. Iba muchas veces al seminario para visitar a Juan: ícómo volaba aquella hora en la que los dos corazones, llenos de amor a Dios, se manifestaban los proyectos de una vida que habían consagrado a la salvación de las almas! Juan no tenía secretos para Comollo, ni éste para Juan. Por eso, aquel año en que Juan estuvo separado de Comollo, pudo conocer todo lo que hacía y decía el amigo, por él mismo, por los compañeros; y todo lo guardaba celosamente en su corazón. Hasta los condiscípulos, trasladados por sus padres a colegios lejanos, o que se habían quedado en su casa, mantenían correspondencia epistolar ((**It1.389**)) con Juan. La amistad no se apaga por la distancia, si está alimentada por la caridad. El mismo Juan rompió la mayor parte de aquellas cartas. Entre las que se conservaron, hay una que creemos merece transcribirse. Se la envió un compañero que estudiaba filosofía no se sabe en qué otro centro de educación. Dice así: (**Es1.315**))
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