Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es1.284**) cajita pelotas y más pelotas más gordas que la misma caja; sacar de una bolsita huevos y más huevos, eran cosas que dejaban a todos boquiabiertos. Cuando le veían recoger las voluminosas pelotas en la punta de la nariz de los asistentes, y, adivinar el dinero de los bolsillos ajenos; cuando, al tocarlas sólo con los dedos se reducían a polvo monedas de cualquier metal o aparecía ante todo el auditorio bajo un horrible aspecto y hasta sin cabeza, entonces algunos comenzaban a pensar si Juan no sería un brujo, ya que no podía realizar tamañas cosas sin intervención del demonio. Contribuyó a acrecentar esta fama el amo de la casa, Tomás Cumino. Era éste un fervoroso cristiano, y hombre de buen humor. Juan se aprovechaba de su carácter y, diríase también, de su simpleza, para hacérselas de todos los colores. Una vez había preparado, con mucho cuidado, un pollo en gelatina para obsequiar a los huéspedes en su día onomástico. Llevó el plato a la mesa, pero al destaparlo, salió fuera un gallo que, aleteando, cacareaba escandalosamente. Otra vez, preparó una cazuela de macarrones y, después de haberlos cocido bastante tiempo, cuando fue a echarlos en el plato salieron convertidos en puro salvado. Muchas veces llenaba la botella de vino, y, al echarlo en el vaso lo ((**It1.345**)) encontraba convertido en agua clara; pero se decidía a beber aquella agua, y el vaso estaba lleno otra vez de vino. Convertir las confituras en rebanadas de pan; el dinero de la bolsa en piezas inútiles de lata roñosa; el sombrero en cofia, y nueces y avellanas en saquitos de guijarros eran transmutaciones muy frecuentes. A veces Juan le hacía desaparecer los anteojos y luego los encontraba en sus bolsillos, donde antes había registrado una y otra vez hasta volviéndolos del revés. Un objeto cuidadosamente escondido, como sería una cartera, se presentaba delante; y otro, que lo tenía ante sus ojos, desaparecía sin posibilidad de encontrarlo a una señal de su pupilo. Con frecuencia le presentaba una baraja, para que tomara una carta cualquiera, y después adivinaba la que había cogido. Otras, le decía que pensara una cifra, la sumaba, la multiplicaba, la restaba, y, al fin, descubría cuál era la cifra pensada. El quedaba pasmado. Sucedió que, habiendo apostado que presentaría ante todos una llave, que se sabía ciertamente estaba en otra parte, ésta apareció en el fondo de la sopera apenas fue vaciada. El bueno de Tomás ante tales bromas, no sabía a qué carta quedarse. -Los hombres -decía para sí- no pueden hacer tales cosas; Dios no pierde el tiempo en cosas inútiles; luego el demonio anda de por medio. Ya casi tenía decidido despedir a Juan de su casa. Como no se atrevía a comentarlo con los suyos, se aconsejó con un sacerdote (**Es1.284**))
<Anterior: 1. 283><Siguiente: 1. 285>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com