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((**Es1.25**) ciudadanos; y cuando el prelado Invernizzi las descubrió y dispersó, he aquí que, en diciembre de 1830, Luis Bonaparte, llamado más tarde Napoleón III, hijo de Luis, ex-rey de Holanda, cuya familia expulsada de todos los reinos de Europa había sido acogida bondadosamente por Pío VII, conjuraba con carbonarios y francmasones para restablecer el reino itálico. Su plan consistía en reunir a sus cómplices en la plaza del Vaticano, asaltar un lugar cercano donde había muchas armas, apoderarse del dinero del banco Santo Spirito, abrir las cárceles, aprisionar por sorpresa a algunos de los más destacados de la ciudad y subir al Capitolio, constituir una regencia y anunciar el hecho a las provincias, para que se uniesen a la capital. Pero el gobierno, intuyendo estos planes, cambió la guardia a los lugares amenazados, apresó a algunos y expulsó de Roma a Luis Napoleón y a otros. Nuevamente los sectarios recobraron sus esperanzas, cuando Luis Felipe de Orleans, animando con su protección a los viejos sectarios, en julio de 1830 derribó a Carlos X y, con su elección como rey de los franceses, terminó con las barricadas de París. Por ésto, el 4 de febrero de 1831 volvieron a la carga: en Bolonia, al grito de <<íviva la libertad!>>, constituyeron un nuevo gobierno, al tiempo que los jefes de las sociedades secretas recorrían las poblaciones de la Romaña agitándolas. Las Legaciones, las Marcas y Umbría hicieron causa común con Bolonia. Roma, en cambio, se declaraba contraria a esta felonía. Luis Bonaparte corrió a unirse con los revolucionarios. El papa Gregorio XIV, viéndose sin armas, las solicitó del rey de Nápoles, dispuesto a pagárselas, pero Fernando II se las negó. El ejército austríaco entró entonces en los Estados Pontificios y, con la huida apresurada de masones y rebeldes, los pueblos liberados izaron de nuevo las insignias papales. Monseñor ((**It1.10**)) Juan María Mastai, arzobispo de Espoleto, ayudó a Luis Napoleón en su fuga y éste se lo recompensó de la manera que todos saben. En 1832 el partido masónico volvió a agitarse en la Romaña. Los austríacos se dirigieron nuevamente hacia Bolonia, avanzando hasta Rávena. El Gobierno de Francia, que había pregonado el necio principio de no intervención, so pretexto de no querer que solamente Austria tuviera el mérito de sofocar la rebelión, mandó, contra la voluntad del Papa, una flota a Ancona, hizo ocupar violentamente la ciudad, se fortificó en ella, liberó a los prisioneros políticos, protegió a los insurrectos y permitió que éstos, en número de trescientos, matasen al alcalde, saqueasen a los ciudadanos, profanasen las iglesias, vilipendiasen e hiriesen a los ministros sagrados, se burlasen de(**Es1.25**))
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