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((**Es1.208**) Lucía, llamando a sus hermanos, con los cuales iba Juan a entretenerse a menudo, le preguntó por qué mostraba tanta alegría en su rostro. El repitió que había tenido un hermoso sueño. Rogándole que lo contara, dijo que había visto llegar a él una gran Señora que guiaba un numerosísimo rebaño, la cual se había dirigido hacia él y acercándosele y llamándole por su nombre, le había dicho: -Mira, Juanito: todo este rebaño te lo entrego a tus cuidados. - Y, cómo me las arreglaré para guardar tantas ovejas y tantos corderitos? Dónde hallaré pastos para apacentarlos? - La Señora le respondió: - No tengas miedo; yo estaré contigo. - Y desapareció. El mismo señor José Turco y la señora Lucía nos narraron lo expuesto, que está plenamente de acuerdo con unas líneas de las memorias de Don Bosco, en las que se leen estas sencillas palabras: A los dieciséis años tuve otro sueño. Yo estoy seguro de que vio y supo muchas más cosas de las que dijo para desahogar lo que llenaba por completo su corazón; y este sueño era una manifestación del premio que se había merecido por su perseverante confianza. En efecto, la asistencia de la Madre Celestial debía hacerse patente aquel mismo año. ((**It1.245**)) Margarita, apenada porque el hijo hubiese perdido ya tanto tiempo, tomó la resolución de enviarlo a Chieri y matricularlo en las escuelas públicas el próximo año. Con su acostumbrada sonrisa le dio la alegre noticia y empezó a prepararle el ajuar necesario. Pero Juan, dándose cuenta de que la penuria familiar la ponía en apuros, le dijo sin más: -Si a usted le parece, tomo dos sacos y voy por nuestra aldea, de casa en casa, a hacer una colecta. - Margarita consintió. Resultaba un sacrificio muy duro para el amor propio de Juan tener que implorar la caridad por sí mismos; pero venció la repugnancia y se sometió a la humillación. Eran los primeros pasos de un camino difícil, que debería recorrer hasta su último aliento. <>. 1 Por haber aceptado la humillación. Dios lo ha exaltado. Fue, por tanto, llamando de una en otra a las puertas de Morialdo donde era recibido como un hijo por las madres y como un hermano por los jovencitos: expuso la necesidad en que se encontraba y recogió pan, queso, maíz y alguna hemina de trigo. Tan corta provisión de víveres no podía bastar, por cierto. Una mujer de la aldea de I Becchi, que había llegado por aquellos días al pueblo, deploraba enérgicamente en la plaza que el párroco no encontrara //1 Eclesiástico, III, 18.// (**Es1.208**))
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