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((**Es1.187**) ((**It1.216**)) a la madre no diera nada a Juan hasta que el asunto no estuviera zanjado, y prohibiendo absolutamente a Juan que tomara algo de lo que pertenecía a la familia. Juan hubiera podido pretender lo que le pertenecía sobre los frutos de la herencia paterna, aún del tiempo anterior al acto de la partición legal; mas, por no suscitar nuevas cuestiones, obedeció a la injusta intimación. Pasaron varios mese para cumplir las formalidades legales; pero, reducida de este modo la familia de Margarita a Juan y José, que quiso vivir junto al hermano, se vio libre de Juan de tan dura prueba y quedó en plena libertad para continuar sus estudios. De este modo empezaban a prosperar los asuntos de Juan y él se tenía por muy feliz sin que nada le quedara por desear, cuando una nueva gravísima desgracia vino a romper de golpe la marcha de todas sus esperanzas. Una mañana de noviembre de 1830, don Calosso mandó a Juan a su casa con un encargo. Apenas si había llegado, mientras preparaba el hato de su ropa, he aquí que se presenta jadeante una persona que le da a entender que corra inmediatamente junto a don Calosso, el cual, víctima de un grave ataque, preguntaba por él, y quería verle y hablarle a toda costa. Juan voló, más que corrió, al lado de su bienhechor, a quien fatalmente encontró en cama y privado del habla. El buen sacerdote era víctima de un ataque apoplético. Reconoció a su discípulo y le dirigió una mirada tan conmovedora que le llenó de pena; hizo esfuerzos, señalándole algo; quería hablar, pero no le era posible articular una sílaba; entonces sacó una llave de debajo de la almohada y se la entregó, haciendo señales de no darla a nadie y de que todo lo contenido en el cajoncito que cerraba aquella llave era para él. ((**It1.217**)) Juan guardó en el bolsillo la llave que guardaba el dinero, sin que él lo supiera, y prodigó al querido enfermo los más afectuosos cuidados que un hijo puede prestar a su padre. Después de dos días de agonía el pobre capellán entregaba su alma al Creador. Era el veintiuno de noviembre y don Calosso contaba setenta y cinco años. Con él morían todas las esperanzas de Juan. Algunos de los que habían asistido a las últimas horas del difunto, decían a Juan: -La llave que te ha dado es la de su arqueta. El dinero que hay en ella es tuyo, tómalo. - Otros observaban que,en conciencia no podía tomarlo, porque el difunto no había dejado ninguna acta notarial. Juan estaba perplejo; se detuvo a pensar un momento y después dijo: -íNo, no quiero ir al infierno por dinero! No quiero tomarlo. - Los testigos insistían, asegurando que la manera (**Es1.187**))
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