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((**Es1.165**) para poder entrar. -Me animé a seguir la conversación y añadí: -Es verdad lo que usted dice; pero hay tiempo para todo: tiempo para ((**It1.187**)) la iglesia y tiempo para divertirse. -El se echó a reír. Y terminó con estas memorables palabras, que fueron como el programa de las acciones de toda su vida: -Quien abraza el estado eclesiástico se entrega al Señor, y nada de cuanto hay en el mundo debe preocuparle, sino aquello que puede servir para la gloria de Dios y provecho de las almas. -Mientras tanto, abrieron las puertas de la iglesia, y el clérigo, tras saludar a su pequeño interlocutor, entró. Entonces, admiradísimo, quise saber el nombre del clérigo, cuyas palabras y porte publicaban tan a las claras el espíritu del Señor. Supe que era José Cafasso, estudiante del primer curso de teología>>. Juan regresó a casa como si hubiera ganado aquel día una gran fortuna, y fue derecho a su madre. - Le he visto, he hablado con él. - Pero, a quién? - A José Cafasso. íVerdaderamente es un santo! - Pues trata de imitarle. Me dice el corazón que algún día podrá ayudarte mucho. Juan contó a su madre el diálogo sostenido con él. Margarita, que era mujer capaz de comprender la grandeza y exactitud de aquellas palabras, concluyó: -Mira, Juan, un clérigo que manifiesta tales sentimientos, llegará a ser un santo sacerdote. Será padre de los pobres, volverá al buen camino a los extraviados, confirmará en la virtud a los buenos, ganará muchas almas para el cielo. -Tal resultó, en efecto, José Cafasso, y fue para Juan, como veremos, no sólo modelo de vida clerical y sacerdotal, sino también su primero e insigne bienhechor. Y así fue llegando el invierno y, paralizados los trabajos del campo, Juan quería reemprender los estudios con el ((**It1.188**)) queridísimo don Calosso, que le esperaba en Morialdo. Pero sólo pudo ir durante unas pocas semanas, pues su madre le aconsejó se quedara en casa. Antonio no había cesado de hacerle la guerra. -íEl señorito quiere estudiar!, le decía.íTú te irás a estar cómodo, y nosotros aquí a comer polenta! Crees tú que estamos dispuestos a morir de hambre para pagarte una pensión? íYa te enseñaré yo! íQuítate esa tontería de la cabeza! íNosotros no necesitamos doctores! íVete a cavar! -Y le zahería frecuentemente con reproches parecidos. Si, a veces, le encontraba leyendo un libro, se lo arrancaba de las manos; si le veía otras en silencio, concentrado en sus pensamientos, le decía: -En qué piensas?, en tus sueños acaso? íTú tienes que ser un destripaterrones (**Es1.165**))
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