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((**Es1.105**) después de que aquel simplon se presentara, se acercó al carro y guiñó al charlatán. Como quiera que fuese, el charlatán ne se desconcertó y echando unos polvos en la muela cariada, dijo al paciente: -íAnimo! Elija usted: quiere que emplee la espada, el martillo o simplemente los dedos?. - Naturalmente el otro respondió: -íLos dedos! - El charlatán se dispuso a operar. Juan, que no perdía ni uno solo de sus gestos, advirtió que por la manga dejaba llegar hasta su mano una llave inglesa, y dio a entender con un gesto que había descubierto el truco. El charlatán le dirigió una mirada furibunda y metió los dedos en la boca del aldeano, La muela salió a duras penas, y un íay! formidable brotó de aquella boca, apenas pudo gritar. Aquel alarido quedó sofocado por un -<<ífantástico!>>- prolongado y, al mismo tiempo, más potente que el grito. Juan no pudo contener la risa. El charlatán pareció turbado por un instante, pero supo conservar su sangre fría. El campesino se levantó gritando: -íBandido, mentiroso, impostor! íMe ha asesinado, me ha deshecho las encías! ((**It1.110**)) Pero su voz era débil, ya fuera por el dolor, ya fuera por la sangre que tenía que escupir. Y el charlatán la cubría repitiendo: -íMagnífico! íSeñores! íEscuchen lo que dice este caballero! íNo ha sufrido ningún dolor! El aldeano, enfurecido, seguía protestando, y el sacamuelas le tenía agarrado por los brazos, temiendo que le pegase, y gritaba más fuerte: -íGracias, gracia! No se moleste: lo he hecho por caridad.- Y le empujaba para que bajase , a tiempo que el forastero, que se encontraba junto al carro, le ayudaba a bajar y tomándole de un brazo se lo llevó, como si fuera un amigo suyo, y puso ante sus ojos una moneda de plata para que callara. Una estruendosa sinfonía sofoco sus últimas voces, mientras los espectadores, que no se habían dado cuenta de nada se arremolinaban para comprar los polvos maravillosos. Juan, el único que había gozado de la escena por encontrarse junto al carro, seguía riéndose, pero no dijo nada a los circustantes. Fue ésta una de las últimas veces que presenció los juegos de los charlatanes. Ya en casa, contó a su madre el gracioso episodio y el trío que formaban los gritos del charlatán y del aldeano, junto al pum, pum, del bombo. También rió la buena mujer; y le dijo: -Ves? Huye siempre de los sitios donde se arma mucha bulla; es tonto quien se deja engañar: le sacan las muelas. Tú sabes por qué donde se juega y se bebe, suele haber gritos y cantos? Para arrancar más fácilmente a los infelices, que se dejan llevar por las malas compañías, en medio del alboroto, el dinero, el honor, el aprecio y, sobre todo, la gracia (**Es1.105**))
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