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((**Es9.742**) ayuda generosa de los bienhechores, a las grandiosas esperanzas del porvenir, a la fama de las cosas extraordinarias, al afecto del Romano Pontífice, al aprecio que miles de personas manifestaban de las Obras Salesianas, y concluía: Por consiguiente, pongámonos con tesón a hacer el bien, y coopere cada uno en cuanto pueda para buscar socios, invitándoles a entrar con sus obras, palabras y ejemplos porque, por más que yo os invite y llame, si vosotros no me seguís, soy como el soldado que redobla el tambor y a quien no siguen los soldados. Por tanto, vean los directores si en sus casas hay alguno que pueda pertenecer a nuestra Sociedad y que tenga que sufrir ((**It9.835**)) algún examen; háganlo saber para que se le pueda atender. Conviene, pues, que todos sean hombres inteligentes para producir la mayor utilidad a las almas de los jóvenes que nos han sido confiados. Nosotros, dejando de lado toda suerte de alabanzas, adulaciones y admiración de los más, mirando las cosas por su lado más simple y verdadero, hemos de alegrarnos de que el Señor nos tenga de su mano, pero también hemos de entregarnos con entusiasmo al cumplimiento de las reglas de la Sociedad y tratar de darles la importancia que merecen. En esta conferencia se anunció por vez primera la apertura de la casa de Alassio. El enjuiciamiento del Venerable sobre sí mismo y sobre sus obras estaba siempre impregnado de humildad y confianza en Dios. Ya tiempo atrás hablaba con él don Joaquín Berto e hizo caer la conversación sobre la muerte del Siervo de Dios y los efectos que ocasionaría, y dijo que habría llanto universal. Pero el Venerable con toda calma le respondió: -Si muriera don Bosco, diría la gente: íPobrecito, también él se ha muerto! y todo acabado. El que se alegraría y reiría a carcajadas, la mar de satisfecho, sería el demonio, quien diría: <<-íPor fin desapareció ése que tanta guerra me daba y echaba a perder mi labor>>-. Podía muy bien decir estas palabras, porque aludía a cuanto él hacía, no por su propia virtud, sino por el poderoso auxilio de la Virgen, como él mismo reconocía y repetía sin cesar. íQuien combatía y vencía al enemigo infernal, era la potente Reina de los Cielos! Un sábado por la noche esperó don Luis Lasagna hasta las once y media a que don Bosco terminara de confesar, y le acompañó a cenar. Sentado a su lado, le decía que mientras él estuviera en este mundo la Pía Sociedad marcharía bien gracias a su apoyo y dirección; pero que, una vez que él faltase, se desharía por falta de medios y de cohesión, y que todos los hermanos se verían obligados a volver a sus casas. (**Es9.742**))
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