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((**Es9.308**) El conde Clemente Solaro de la Margherita era ferviente católico y uno de los grandes hombres de Estado en el Piamonte. ((**It9.330**)) Gozaba de gran fama como diplomático experimentado en Nápoles y en España, como ministro habilísimo de Asuntos Exteriores durante la mayor parte del reinado de Carlos Alberto, como orador elocuente y denodado en la Cámara Subalpina, como historiador y publicista insigne en el Memorandum, en los A vvedimenti politici (Notas políticas) y en el Uomo di stato (Hombre de estado). El Memorandum, publicado cuando la revolución le obligó a dimitir de Ministro, y que tuvo después tantas ediciones y traducciones, había arrancado una palabra de aplauso hasta al mismo Máximo D'Azeglio, contra quien había sido escrito. En medio de los modernos enredos sobresalía por su franqueza admirable y su constancia inquebrantable en las propias opiniones; y hasta los enemigos tenían que admirarlo. Siempre sintió un amor filial por la Casa de Saboya. Don Bosco fue a visitar al ilustre enfermo, con quien sostenía amistad, le bendijo e hizo rezar a sus muchachos por él. <>. Esto queda comprobado con la siguiente relación: El año 1868 me presenté a don Bosco en compañía de mi madre, rogándole me bendijera, porque yo, a mis veinticinco años, me sentía extenuada por una fiebrecilla continua que me consumía y era rebelde a todo remedio. El santo varón me sugirió una simple decocción depurativa y además me mandó rezar durante casi un mes cinco padrenuestros, avemarías y glorias, hasta el día de la Asunción. Por el modo sonriente y seguro con que hablaba, creí que me restablecería; me regaló un librito y una medalla y, antes de despedirme, me hizo arrodillar para rezar con él tres avemarías. El estaba de pie y, mientras rezábamos, puso su mano sobre mi cabeza. Yo sentía que apretaba fuertemente. Cuando me levanté, su aspecto era triste y me dijo: -No te extrañe, si no te curas del todo y si durante toda la vida tienes algún achaque; la bendición que te he dado te ayudará para el alma, si no te sirve para el cuerpo; sin embargo, haz lo que te he dicho. Me marché un poco desanimada y no dejé de tomar la infusión y de recitar las oraciones. El día de la Asunción tuve más dolor que de costumbre, y después, poco a poco se calmó el mal y, aunque la fiebrecilla ya no ((**It9.331**)) es continua, la tengo con muchísima frecuencia y, a decir verdad, no he pasado desde entonces un solo día en perfecta salud. Estoy convencida de que, mientras rezaba aquellas tres avemarías, el santo varón vio que debía renunciar a la salud del cuerpo por la de mi alma. DELFINA MARENGO (**Es9.308**))
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