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((**Es9.301**) Y don Bosco, sin deconcertarse, sin acelerar el paso, respondió sonriendo: -Tranquilos, tranquilos: conozco a don Miguel Rúa y íno se marchará sin mi permiso! Aquella noche había confesiones, porque a la mañana siguiente, jueves, se hacía el ejercicio de la buena muerte, y el Siervo de Dios se fue enseguida al confesonario, donde estuvo ocupado durante bastante tiempo. Cuando salió de la iglesia, insistió su secretario, don Joaquín Berto, para que subiera rápidamente a ver al enfermo, pero don Bosco, sin la menor preocupación fue a cenar, diciendo: -Sí, sí, iremos a verle. Cuando hubo cenado, con la acostumbrada tranquilidad, subió a su habitación para dejar sus papeles y después bajó al primer piso para visitar a don Miguel Rúa. Se entretuvo un ratito con el enfermo, el cual le dijo, con un hilillo de voz: -Don Bosco: si es mi última hora, dígamelo tranquilamente, porque estoy dispuesto a todo. Y don Bosco respondió: ((**It9.322**)) -Mi querido Rúa, no quiero que mueras. Tienes que ayudarme todavía en muchas cosas... Díjole aún unas palabras de consuelo y le bendijo. A la mañana siguiente, después de celebrar la misa, subió de nuevo a ver al enfermo, con quien se encontraba el doctor Gribaudo. Hízole éste notar la gravedad del caso, añadiendo que tenía poca esperanza de que curara. -Sea lo grave que se quiera, respondió el Venerable, pero mi Rúa debe sanar, porque aún le queda mucho que hacer. Se había determinado administrarle la unción de los enfermos y el Siervo de Dios, que vio sobre la mesita de noche la bolsa de los santos óleos, pregunto: ->>Qué hacen aquí los santos óleos? -Se han traído para administrárselos a don Miguel Rúa. ->>Y a quién se le ha ocurrido traerlos aquí? -A mí, respondió don Angel Savio. Si usted hubiera visto lo mal que estaba ayer tarde... Daba miedo... Los mismos médicos... -En verdad que sois gente de poca fe, le interrumpió don Bosco... Y añadió, sonriendo y bromeando: -Animo, Rúa; mira: aunque te echases por la ventana abajo, ahora no morirás. (**Es9.301**))
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