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((**Es9.287**) La Bula suscitó una gran conmoción por todas partes. La invitación, amablemente dirigida por Pío IX a los protestantes, ((**It9.305**)) sirvió para provocar en ellos general irritación. La invitación a los obispos cismáticos despertó los antiguos antagonismos, los prejuicios, la soberbia; y fueron rechazadas las cartas del Papa. Sin embargo, antes del fin del Concilio, Dios llamaba a su tribunal a los Patriarcas griego y armenio de Constantinopla, al griego de Alejandría y al copto. Pero todos los sinceros católicos se regocijaban convencidos de que el Espíritu Santo, a través del Concilio, condenaría los errores del siglo, y muchos obispos alimentaban y manifestaban la esperanza de que el Concilio definiría el dogma de la infalibilidad pontificia. El Papa, sin embargo, aún no había expresado su pensamiento sobre esta definición. Al término de aquel mes recibía don Bosco dos tristes noticias. El joven príncipe Pablo Sanguzko, a quien había conocido en Roma el año anterior y le había dado pruebas de gran amistad, comunicábale desde Parnou (Austria), que había muerto de repente su esposa el 18 de junio, sin poder recibir los santos sacramentos. Recomendaba vivamente la querida difunta a sus oraciones, le preguntaba el medio más seguro para mandarle un donativo y manifestaba la esperanza de verle en Turín para septiembre u octubre. El caballero Oreglia le comunicaba otra noticia. Le había escrito la madre Magdalena Galleffi: Roma, 30 de junio de 1868 Muy apreciado Señor: El conde Vimercati, después de haber estado conmigo el día 23 último y en la iglesia de Jesús, el 27 por la mañana, después de haber comido como de costumbre, al subir las escaleras del segundo piso, sufrió uno de sus acostumbrados desvanecimientos y cayó, pero con una caída mortal; ya no dio más señales de vida; se llamó al médico que lo sangró, y también se llamó al padre Vasco. Se le administró la Unción de los Enfermos y, a las nueve y media de la noche, pasó a mejor vida. Después de la virtuosa y edificante vida llevada aquí abajo, >>no deberemos creerle ya en posesión del Sumo Bien? A las once se leyó el testamento, que hizo cinco años antes. Todos ((**It9.306**)) ansiosos por saber y oír, quedaron sorprendidos al escuchar que todo lo dejaba al sobrino; a Pardini cien escudos, al portero veinte por una sola vez; al ayuda de cámara diez escudos mensuales. Y nada más. No hay legados ni recuerdos, para los amigos; nada, nada para nadie. Quizá por ello o por lo que fuere, el buen difunto fue tratado peor que un mendigo. Murió, como he dicho, en la noche del sábado a las nueve; le llevaron a la iglesia el domingo a las seis de la tarde, con el ataúd cerrado, lo que ha horrorizado a toda Roma. íQué meditación! Cuénteselo todo a don Bosco y salúdele... M. MAGDALENA GALLEFFI (**Es9.287**))
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