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((**Es9.236**) función. En el mismo momento estalló un huracán con viento, truenos, relámpagos y granizo, que parecía querer estorbar nuestra solemnidad. Mas, por fortuna, sólo fue un violento aguacero, con la inundación consiguiente y, luego, quedó el cielo sereno. Mientras tanto, el mencionado Arzobispo exponía, en la capilla de San Luis de la pequeña iglesia de San Francisco, las Santas Reliquias que debían servir para la consagración de los altares al día siguiente. Las reliquias, colocadas en una urna dorada, eran de San Mauricio y San Segundo, dos de los patronos principales de la diócesis de Turín. Después de la exposición, se empezó el canto de los oficios divinos que, según las prescripciones de la Iglesia, duró toda la noche, o sea, hasta las cinco y media del día 9, en el cual empezó la solemne consagración. Aquella mañana, primer día del octavario, a las cinco y cuarto, volvía al Oratorio Su Excelencia el Arzobispo. Al bajar de la carroza, se encontró, colocados en dos largas filas, a los mil doscientos ((**It9.245**)) alumnos de las tres casas salesianas. La música le dio el primer saludo. Su Excelencia bendijo varias veces a los jóvenes, mientras pasaba por medio de ellos, y fue a la iglesia de San Francisco a revestirse de los ornamentos sagrados. Allí lo esperaba un clero numeroso, el coro de cantores para el canto gregoriano, y el canónigo Ramón Olivieri, párroco de la catedral de Acqui, más el director del colegio de Lanzo, que le asistirían de diácono y subdiácono respectivamente. Salido el sacro cortejo, entraron los alumnos y el Obispo de Casale celebró la misa de comunidad, a las seis, en la cual hubo un gran número de comuniones. Entre tanto, el Arzobispo con todo el clero, daba las tres vueltas rituales alrededor de la iglesia y al fin se paraba ante la puerta principal de la fachada que estaba cerrada, lo mismo que las laterales. En este momento se sumaron al clero los canónigos de la Catedral, Luis Nasi, Celestino Fissore, el abad Gazzelli, el abad Morozzo, y el canónigo penitenciario Chicco. Había dos coros, uno en la escalinata de la iglesia y otro dentro de la misma. El Arzobispo golpeó tres veces la puerta con el báculo y el coro que le rodeaba empezó a cantar: -Attolite portas, principes, vestras, et elevamini portae aeternales, et introibit Rex gloriae. -Quis est iste Rex gloriae? (>>Quién es este rey de la gloria?) respondió el coro de la iglesia. Y el coro de fuera replicó: -Dominus fortis et potens, Dominus potens in proelio. Attolite (**Es9.236**))
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