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((**Es9.23**) los que andan a la caza de profecías de adivinos y espiritistas; mientras los buenos cristianos se limitan a escuchar almas piadosas, tenidas por amigas de Dios y favorecidas por El con comunicaciones especiales. No negamos que es posible, y hasta fácil, el error de los buenos cristianos en este asunto, pero la prudencia nos enseña que hay en ello dos extremos a evitar: la absoluta incredulidad de cualquier profecía, excepto las auténticas de la Biblia, excluidos los comentarios; y la absoluta credulidad de todas las profecías, que personas, aún probas y de bien, refieren como tales. Contra ambos extremos está la amonestación de San Pablo, que exhorta a no despreciar las profecías, sino a probarlas: Prophetias nolite spernere; omnia autem probate (No despreciéis las profecías; examinadlo todo) (Ts V, 20-21 ), a lo que tanto se opone el que las desprecia, como el que las admite a la ligera y sin examen. Estas palabras del Apóstol aseguran que también, fuera de las bíblicas, pueden darse verdaderas profecías. Y esto se confirma con el hecho del don profético, el cual, al igual que otros divinos carismas, floreció siempre en la Iglesia y siempre fue reconocido por ella. ((**It9.11**)) Por tanto, así como ningún católico puede imponer a los demás una fe más que humana en los vaticinios humanamente autorizados y seguros, así tampoco ninguno puede razonablemente imponer una incredulidad absoluta para los que se dicen improbables y fantásticos. Allí donde no interviene el juicio de la Iglesia, la creencia de los vaticinios privados es totalmente libre. Más bien que caso de fe, ha de decirse caso de sano criterio y buen juicio. Hechas estas premisas, volvamos a nuestro Venerable. En la noche del 31 de diciembre de 1867, don Bosco reunió a los jóvenes en la iglesia y subiendo al púlpito, después de las oraciones, les habló así: V. S. me dispensa expresiones que mi pobre persona no merece de ningún modo, pero que demuestran en usted un corazón lleno de bondad, que sabe encontrar cosas buenas hasta donde no las hay. Le ruego salude de mi parte a papá y mamá, a la señora Noemí y al reverendo Scaglia y, mientras encomiendo a la caridad de sus oraciones mi persona y la de mis pobres muchachos, me profeso con agradecimiento y particular aprecio de todo corazón en el Señor, De V. S. Carísima Turín, 12 de junio de 1859. Seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. N. B. Le recomiendo la difusión de las Lecturas Católicas.(**Es9.23**))
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