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((**Es9.220**) humanos, le habían animado unos amigos a hacer una novena a María Auxiliadora con la promesa de entregar un regalo a la iglesia de Valdocco, si se curaba. Desde que hizo la promesa hasta que se vio fuera de peligro, apenas si pasó la mitad de la novena. Cumplió fielmente su promesa y quiso que en el cáliz se recordara el favor celeste recibido, con estas palabras: Familiae Tancioni Romanae votum MDCCCLXVIII (Promesa de la familia romana Tancioni). Sobre el cáliz había una preciosa y rica palia, con la imagen del Redentor, trabajo de las monjas del Niño Jesús de Aix-la-Chapelle, ciudad de Prusia, a expensas de la condesa Stolberg, esposa del famoso luterano y después fervoroso católico conde Stolberg Vernigerode, miembro heredero de la Cámara de los Señores en Prusia. El señor M. Luis Borgognoni, curado de un pertinaz mal de estómago, después de haber invocado a María, cumplía la promesa hecha y enviaba desde Roma dos cálices de metal dorado. Sobre el pie de uno había tres estatuitas que representaban la fe, la esperanza y la caridad; en el otro estaban las figuras de Moisés, Aarón y Melquisedec. También desde Roma, la señora Francisca Giustiniani, agradecida a una importantísima gracia recibida, de la cual se derivó la fortuna y felicidad de toda su familia, mandó a don Bosco un relicario de metal dorado que encerraba una partícula del sacratísimo leño de la Cruz del Salvador, con la auténtica correspondiente. Parecía en verdad que alguien iba indicando a cada una de las caritativas personas, movidas por gracias recibidas o por devoción, cuanto se necesitaba para aquella solemnidad. Una señora francesa de alto linaje, la duquesa Laval de Montmorency, envió bastantes albas, roquetas, amitos, palias, corporales, manteles, sabanillas y algunas casullas. Una señora de Florencia ((**It9.226**)) ofreció un elegante incensario con naveta. Un señor de Turín proveyó de candeleros, crucifijos y sacras para todos los altares. En poco tiempo llegó de todo: capas pluviales, dalmáticas, casullas, misales, copones, lámparas para las solemnidades, lámparas ordinarias, aceite para las mismas, campanillas para la sacristía, y para cada altar, custodias, manteles de distintas clases, vinajeras y hasta cuerda para las campanas. De todo, pero de tal modo y medida que ni un solo objeto resultó duplicado y quedaron cubiertas todas las necesidades. Respecto a la campanilla de la sacristía aconteció lo siguiente. Cierto señor de Turín, atormentado por un dolor de cabeza que se extendía hasta la nuca con amenaza de la misma espina dorsal, (**Es9.220**))
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