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((**Es9.209**) resultado. Una violenta enfermedad, que soportó con toda paciencia, le arrancó al cariño de sus padres, superiores y compañeros; pero lo llevó al cielo>>. Nótese, además, una circunstancia del sueño. Don Bosco había visto solamente el féretro de este difunto, porque fue el único de los tres que murió en el Oratorio. No vio el de los otros dos, pues el primero murió en el colegio de Lanzo, y el tercero, como veremos, moriría en el hospital. El Siervo de Dios había ido aquellos días a Alba, donde le habían invitado a predicar el panegírico de san Felipe Neri. Dado que era la fiesta de la Congregación Sacerdotal, había escrito su sermón, y como no le gustara su primer trabajo, lo volvió a hacer. Después se lo entregó a don Juan Bonetti, para que lo examinara y lo corrigiera, pero éste lo examinó y lo dejó casi como había sido escrito. Resulta difícil explicar cómo se las arreglaba don Bosco para mantener lúcida y vigorosa su mente, ya que no tenía nunca un momento de reposo. Para recorrer un trecho de camino que no necesitaba más de media hora, él empleaba dos o tres, pues eran muchos los que le paraban o le acompañaban para tratar con él algún asunto del alma. En los vagones del ferrocarril, en las estaciones siempre se encontraba con alguien que deseaba hablarle. No había pueblo ni ciudad donde no tuviese bienhechores, amigos, conocidos o jóvenes educados por él. -El único sitio, decía, adonde nadie va a molestarme, es el púlpito y por eso resulta un descanso para mí subir a él. ((**It9.213**)) Así le sucedió al ir a Alba, donde le esperaba el obispo, monseñor Eugenio Galletti, con el afecto de un santo deseoso de conversar con otro santo. No sabía decir cuán grande era su aprecio por don Bosco y cuántas veces hablaba de él a sus seminaristas, a quienes iba a visitar todas las tardes. Don Bosco se llevó consigo el panegírico, pero las continuas visitas hasta el último instante no le permitieron darle una ojeada. Así que, cuando se halló en el púlpito, no se atuvo a lo que había escrito y se lanzó ex abrupto sobre el tema de un modo poético: lo hemos señalado ya en el segundo volumen de estas Memorias 1, pero aquí no podemos por menos de recordarlo nuevamente. Imaginó hallarse sobre una de las colinas de Roma, con la ciudad tendida ante sus ojos y contemplando a un joven que subía hacia él. Describió minuciosamente su rostro, su mirada, su porte y a continuación 1 Véase la pág. 46 del II volumen. (**Es9.209**))
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