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((**Es9.179**) lastimosamente que no hay palabras para explicarlo. Permanecían inmóviles, expuestos a toda suerte de molestias, sin poderse librar de ellas en modo alguno. Yo avancé un poco más y me acerqué para que me viesen, con la esperanza de poderles hablar y de que me dijesen algo, pero ninguno me dirigía la palabra ni me miraba. Pregunté entonces al guía la causa de esto y me respondió que en el otro mundo no hay libertad para los condenados; cada uno soporta el castigo que Dios le impone sin variación alguna y no puede ser de otra manera. Y añadió: -Ahora es necesario que vayas a esa región de fuego que acabas de contemplar. -íNo, no!, repliqué aterrado. Para ir al infierno es necesario pasar antes por el juicio, y yo no he sido juzgado aún. íPor tanto no quiero ir al infierno! -Dime, observó mi amigo; >>qué te parece mejor: ir al infierno y libertar a tus jóvenes o permanecer fuera de él abandonándolos en medio de tantos tormentos? Desconcertado ante aquella propuesta, respondí: -íOh, yo quiero mucho a mis jóvenes y deseo que todos se salven! >>Pero, no podríamos hacer de manera que no tuviésemos que ir ahí dentro ni yo ni los demás? -Bien, contestó mi amigo, aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal de que tú hagas cuanto puedas. Mi corazón se ensanchó y dije para mí: no me importa el trabajo, con tal de que pueda librar a mis queridos hijos de tantos tormentos. -Ven, pues, adentro; continuó el guía, y observa la bondad y la omnipotencia de Dios, que amorosamente pone en juego mil medios para inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna. Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de improviso transportado a una sala magnífica con puertas de cristal. Sobre éstas, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían otros tantos huecos que comunicaban con la caverna. El guía me señaló uno de aquellos velos sobre el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento y exclamó: -La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos muchachos. -Pero >>no se han confesado? -Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado a propósito. Por ejemplo: uno que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal y no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor y el propósito. Algunos incluso, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor. Y el que muere con tal resolución lo único que consigue es contarse ((**It9.178**)) en el número de los réprobos para toda la eternidad. Solamente los que, arrepentidos de corazón, mueren con la esperanza de la eterna salvación, serán eternamente felices. >>Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta aquí la misericordia de Dios? Levantó el velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio a todos los cuales conocía, condenados por esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta. -Al menos ahora, le supliqué, >>me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular? -No hace falta, me respondió. -Entonces, >>qué les debo decir? (**Es9.179**))
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