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((**Es9.173**) y el camino, que descendía cada vez más, se hacía espantoso, poco firme y eno de baches, de salientes, de guijarros y de cantos rodados. Había perdido ya de vista a todos mis jóvenes, muchísimos de los cuales habían logrado salir de aquella senda engañosa y tomaban otros senderos. Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba, más áspera y más pronunciada era la bajada, de forma que algunas veces me resbalaba y caía al suelo, donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me plegaban las articulaciones y parecía que se me iban a descoyuntar los huesos. Jadeando, dije a mi guía: -Amigo, no puedo con mis piernas. Me encuentro tan falto de fuerzas, que no es posible continuar el viaje. El guía no me contestó, sino que, animándome, prosiguió su marcha; hasta que, al verme cubierto de sudor y víctima de un cansancio mortal, me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino. Me senté, lancé un hondo suspiro y me pareció quedar un poco descansado. Entretanto observaba desde arriba el camino que había recorrido; parecía cortado a pico, cubierto de guijarros y de piedras puntiagudas. Miré lo que me quedaba por andar, cerré los ojos de pavor y exclamé: -íPor favor, volvamos atrás! Si seguimos adelante, >>cómo haremos para volver al Oratorio? íEs imposible que yo pueda subir ahora esta cuesta! ((**It9.171**)) Y el guía me contestó resueltamente: -Ahora que hemos llegado aquí, >>quieres quedarte solo? Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante: -Sin ti, >>cómo podría volver atrás o continuar el viaje? -Pues bien, sígueme, añadió el guía. Me levanté y continuamos bajando. El camino se hacía cada vez más horriblemente abrupto, de forma que apenas si podía permanecer de pie. Y he aquí que al fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, apareció ante nuestros ojos un edificio inmenso que tenía una puerta altísima y cerrada. Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa humareda, de color verdoso, surcada por el brillo de sanguinolentas llamas, se elevaba sobre aquellos murallones. Levanté mis ojos a aquellas murallas: eran más altas que una montaña. Don Bosco preguntó al guía: ->>Dónde nos encontramos? >>Qué es esto? -Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta, me respondió; por la inscripción sabrás donde estamos. Miré y leí sobre la puerta: Ubi non est redemptio (Aquí no hay redención).Me di cuenta de que estábamos ante las puertas del infierno. El guía me acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. De cuando en cuando, a una distancia regular, se veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y cada una de ellas tenía encima una inscripción diferente. Discedite, maledicti, in ignem aeternum, qui paratus est diabolo et angelis eius... Omnis arbor quae non facit fructum bonum excidetur et in ignem mittetur (Alejaos, malditos, al fuego eterno que está preparado para el diablo y para sus ángeles... Todo árbol que no da buenos frutos, será cortado y echado al fuego). Saqué la libreta para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo: (**Es9.173**))
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