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((**Es9.161**) De pronto vi que el Oratorio actual cambió de aspecto, asemejándose a nuestra casa tal como era en los primeros tiempos, cuando estaban en ella casi solamente los citados. Tened presente que el patio confinaba con amplios campos sin cultivar, completamente deshabitados, que se extendían hasta los prados de la ciudadela, donde los primeros muchachos retozaban alegremente. Yo estaba bajo las ventanas de mi habitación en el mismo lugar ocupado hoy por el taller de carpintería y que antaño fue un huerto. Mientras estábamos sentados hablando de nuestras cosas y de la conducta de los jóvenes, he aquí que delante de esta pilastra (donde estaba apoyada la tribuna desde la que él hablaba) que sostiene la bomba, y junto a la cual estaba la puerta de la casa Pinardi, vimos brotar de la tierra una hermosísima vid, la misma que durante mucho tiempo estuvo en este mismo lugar. Estábamos maravillados de la aparición de la vid después de tantos años y nos preguntábamos recíprocamente qué clase de fenómeno sería aquél. La planta crecía a ojos vistas y se elevó sobre el suelo casi a la altura de un hombre. Cuando he aquí que comienzan a brotar sarmientos en número extraordinario, por una y otra parte y a cubrirse de pámpanos. En poco tiempo creció tanto que llegó a ocupar todo nuestro patio y mucho más. Lo más admirable era que sus sarmientos no apuntaban hacia arriba, sino que seguían una dirección paralela a la del suelo formando un inmenso emparrado, que se sostenía sin ningún apoyo visible. Sus hojas, acabadas de salir, eran verdes y hermosas; y sus largos sarmientos, de un vigor y lozanía sorprendentes; pronto aparecieron también hermosos racimos, engordaron los granos y la uva adquirió su color. Don Bosco y los que estaban con él contemplaban maravillados aquello y decían: ->>Cómo ha podido crecer esta vid tan deprisa? >>Qué será? ((**It9.158**)) Y dijo don Bosco a los demás: -Esperemos a ver qué pasa. Yo seguía mirando con los ojos abiertos y sin pestañear, cuando de pronto todos los granos de uva cayeron al suelo y se convirtieron en otros tantos muchachos vivarachos y alegres, que llenaron en un momento todo el patio del Oratorio y todo el espacio sombreado por la vid: saltaban, jugaban, gritaban, corrían bajo aquel singular emparrado y daba gusto verlos. Allí se hallaban todos los muchachos que estuvieron, están y estarán en el Oratorio y en los demás colegios, pues a muchísimos no los conocía. Entonces, un personaje, que al principio no conocí quién fuese, y vosotros sabéis que don Bosco tiene siempre en sus sueños un guía, apareció a mi lado contemplando él también a los muchachos. Pero de pronto un velo misterioso se extendió ante nosotros y cubrió el agradable espectáculo. Aquel largo velo, no mucho más alto que la viña, parecía pegado a los sarmientos de la vid en toda su longitud y bajaba hasta el suelo a guisa de telón. Sólo se veía la parte superior de la viña, que parecía un amplio tapete verde. Toda la alegría de los jóvenes había desaparecido en un momento para trocarse en melancólico silencio. -íMira! me dijo el guía señalándome la vid. Me acerqué y vi que aquella hermosa vid, que parecía cargada de uva, no tenía más que hojas, sobre las cuales aparecían escritas las palabras del Evangelio: Nihil invenit in ea! (No halló nada en ella). (**Es9.161**))
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