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((**Es9.111**) Envió a Roma otra carta por medio del conde Fresia. Estaba, como siempre, exquisitamente escrita bajo todos los aspectos e iba dirigida a su Excelencia Rvma. monseñor Ricci, nombrado Camarero Secreto de Su Santidad. Rvmo. Monseñor: Entre las muchas personas que grandemente gozan del nuevo honor al que Su Santidad acaba de elevar a V. S. Rvma. dígnese contar también al pobre don Bosco, que conserva de usted el más grato recuerdo. Concédale Dios llegar hasta las más altas dignidades de la tierra, pero de tal manera que pueda después alcanzar la felicidad del cielo. El portador de esta carta es el señor conde Fresia, que va a Roma por devoción. Es un buen cristiano y fervoroso católico. Si puede darle alguna dirección para satisfacer mejor su piadosa curiosidad, me dará también un gran placer a mí mismo. ((**It9.110**)) Dios le bendiga; ruegue por mí y por mi familia y créame con el más profundo agradecimiento. Turín, 26 de marzo de 1868. Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. Antes de que saliera para Roma el conde Fresia, había escrito don Juan B. Francesia al caballero Oreglia el 15 de marzo. A mitad de Cuaresma de 1868. Mi querido caballero Oreglia: Puesto que usted sigue todavía en Roma, resígnese a leer esta mi nueva carta. De la tipografía pocas noticias y casi todas buenas. De la casa, no podemos quejarnos; nuestros muchachos gozan de bonísima salud y especialmente los clérigos, que están todos en plena actividad. Para Pascua se ordenará don Luis Chiapale y quién sabe si usted oirá su primera misa: después serán ordenados sacerdotes Merlone y Dalmazzo, justamente para cuando se inaugure la iglesia. Hace días se lamentaba don Bosco en voz baja, a la dirección de la sociedad de Gianduya, que de nuevo le había dejado a un lado en la limosna, como si don Bosco no se ocupara del bien público y no la necesitara. Hicieron su efecto los lamentos, puesto que el Señor, apenas anunciaron los periódicos que el Cottolengo y los Artesanitos habían recibido cada uno su cuota de dos mil trescientas liras, el Señor, digo, enviaba a don Bosco el doble, con beneficio e intereses, con una suma de seis mil liras por medio de una piadosa persona milanesa. Don Bosco da gracias de todo corazón al Señor y a la piadosa limosnera pero no desea que se publique la cosa para impedir yo no sé qué. íY no acaba aquí la cosa! Quizá en todo el año no hubo tanto fervor para mandarnos limosnas como ahora, cuando los filántropos mundanos mueven cielos y tierra para poner de relieve una pequeña cantidad. Don Bosco está verdaderamente asombrado de ello; advierta que, sólo durante la semana pasada, (**Es9.111**))
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