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((**Es8.95**) durante un mes hiciesen alguna práctica piadosa diaria de oraciones y de virtud en honor de san José (como preparación para su fiesta del 19 de marzo) trescientos días de indulgencia cada día, y plenaria en cualquier día que ellos quisieran de dicho mes, siempre que en el mismo, verdaderamente arrepentidos, confesados y comulgados, orasen según la intención del Sumo Pontífice; pero sin necesidad de visitar una iglesia determinada. Don Bosco conocía y predicaba el valor inestimable de las indulgencias y san José, después de la Virgen, había sido proclamado protector de los estudiantes y aprendices del Oratorio. Estaba todo brillantemente dispuesto para la fiesta en el día señalado, que era jueves. Se puso cuanto se pudo. Todo el espacio de la futura iglesia estaba cubierto con un amplio tablado de madera sobre el cual se habían colocado amplias telas y colchas para remediar la desigualdad de las tablas. Se colocó un pequeño altar de madera en el mismo sitio donde el día anterior, de acuerdo con las rúbricas, se había levantado una ((**It8.98**)) gran cruz, en el mismo lugar donde debería ir después el altar mayor. Sobre el altar veíase dominar la cruz y a ambos lados cirios encendidos y floreros. El altar estaba cubierto con telas ornadas de franjas doradas y sobre él se levantaba un majestuoso pabellón, cerrado por tres de sus partes y abierto de frente. La parte posterior estaba formada por una bandera nacional con el escudo de los Saboya en el centro. Cubría el pavimento una preciosa alfombra. A la derecha había una bandeja con la piedra angular, la paleta, un martillo de plata y un cofrecito para el acta notarial. En el centro de la futura iglesia se extendía un amplísimo toldo ornado de franjas y sostenido por cuatro altísimos varales pintados con fajas blancas y encarnadas. Bajo el toldo, al lado del Evangelio, se levantaba un gran palco para los cantores, ante los cuales estaba la banda de música. En el lado de la Epístola, un sillón con un reclinatorio cubierto de damasco para el Príncipe Real. A la entrada de la iglesia se levantaba un gran arco triunfal con una inscripción y por una grada de madera se subía a la explanada donde debía tener lugar la ceremonia. El Obispo de Casale, que debía presidir la ceremonia, impedido por compromisos urgentes, excusó su ausencia con un telegrama. Don Bosco envió a don Celestino Durando a Susa, de donde volvió aquel mismo día con monseñor Juan Antonio Odone, quien rápidamente aceptó la invitación. Todo estaba a punto. Mas he aquí que, hacia la una de la tarde, se levantó un viento impetuoso que parecía querer destrozar y llevárselo (**Es8.95**))
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