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((**Es8.90**) la misión, manifestada cuando era todavía un niño, y parece que entonces se repetía el diálogo entre Débora y Barac: -Si tú vienes conmigo, yo iré; mas si no vienes conmigo, yo no me muevo. -Pues bien, iré contigo. Esta era la promesa de la Madre de Dios. Y don Bosco a partir de 1845, y aún antes, empezó a hacer maravillas con sus bendiciones, las cuales demostraban que María Santísima estaba con él. Tenía, pues, razón don Bosco para desear una fiesta lo más solemne posible y, en consecuencia, pedía al hijo del rey Víctor Manuel II, el príncipe Amadeo, duque de Aosta, de veinte años de edad, que se dignase colocar la piedra angular de la iglesia. El Príncipe aceptó gentilmente la invitación. Don Bosco podía dedicarse con mayor asiduidad a los preparativos de la fiesta porque empezaba a palpar los preciosos frutos de su Pía Sociedad. Hacía cuatro años que en todas las témporas recibía las sagradas órdenes alguno de sus clérigos, y el número de sus sacerdotes, ayudados por celosos sacerdotes diocesanos, le permitía hacerse suplir casi del todo en las instrucciones dominicales de la tarde en Valdocco y en los Oratorios de San Luis y del Angel Custodio. El se reservaba para sí la narración de la Historia Eclesiástica por la mañana en la iglesia de San Francisco de Sales, que luego continuó en la de María Auxiliadora hasta 1869. Seguía contando con la admirable ayuda del teólogo Borel, siempre dispuesto a todo, humilde e inflamado en amor de Dios. Cierto domingo, fue llamado este celoso sacerdote para predicar en el Oratorio después de haber ejercido su ministerio durante la mañana en varias iglesias de la Ciudad. El enviado lo encontró ((**It8.92**)) en el huerto que hay delante de su casa en el Refugio, comiendo un pimiento con un trozo de pan, pues estaba todavía en ayunas. Oído el recado, exclamó el buen sacerdote: -íBueno, se acabó la comida! Y sin más, se encaminó hacia el púlpito. El teólogo Borel era caballero de la Orden de San Mauricio y San Lázaro. Un día estaban los clérigos del Oratorio hablando del ingeniero Spezia y pronosticaban que pronto sería condecorado con la cruz de aquella Orden, como en efecto sucedió. En aquel momento atravesaba el patio el teólogo Borel que acababa de predicar; se paró un momento para saludarlos; y ellos familiarmente le preguntaron por qué motivo le habían concedido a él el galardón Mauriciano. Sonriendo, respondió:(**Es8.90**))
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