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((**Es8.841**) y entraban en Roma los primeros batallones franceses. A la noche siguiente, mientras Garibaldi junto con los suyos se retiraba a Monte Rotondo, un pelotón de zuavos, después de descubrir el último refugio de conjurados, junto al cuartel Serristori, lo asaltaba. Fueron recibidos con una descarga de fusilería, en la que murieron su capitán y dos soldados y tomaron el puesto a la bayoneta. Así se apagaba el último rescoldo de la insurrección. La guerra terminó en Mentana, contrafuerte de Monte Rotondo. El 3 de noviembre cuatro mil novecientos soldados, entre pontificios y franceses, derrotaban a los garibaldinos y los ponían en fuga. El ejército italiano tenía orden de atravesar las fronteras. Garibaldi, arrestado por los carabineros italianos, fue conducido, con todos los honores, a La Spezia, y desde allí a Caprera. A titulo de curiosidad referimos nosotros aquí una visión profética, ((**It8.991**)) impresa el año 1862 en un libro titulado el Vaticinador, editado en Turín por la tipografía italiana de F. Martinengo y Cía. notando también cómo algún eclesiástico era propenso a creerla original de don Bosco. Léese así, en la página 28 de dicho libro: Visión tenida en Turín por un anciano eclesiástico, de iluminada doctrina, consumado en la virtud y en los trabajos del sagrado ministerio, amargado con el pensamiento de la siempre creciente irreligiosidad e inmoralidad. El 26 de julio del corriente año (1862) encontróse dicho religioso, transportado en espíritu, sobre una gran plaza, que le parecía la del Vaticano. En medio de la misma se levantaba un monumento de mármol blanco de figura cuadrada apaisada;sobre dicho monumento había una estatua que en un principio no podía distinguir bien; pero después vio que representaba la Inmaculada Concepción de María Santísima. Alrededor de este monumento se agitaban muchos estrepitosamente. Ninguno vestía el hábito sacerdotal o religioso: éstos se alternaban en el servicio separándose airadamente sin poder nunca ponerse de acuerdo, y desaparecían sin haber obtenido más que un furioso rumor. Unos pocos contemplaban mudos desde lejos aquel simulacro y aterrados miraban de tanto en tanto la tremenda lucha que en torno a aquel monumento se desarrollaba, sin lograr nunca causarle ningún daño. Y cuando unos, cansados y confundidos, cedían el lugar a otros, y no quedaban más que unos pocos que en voz baja parecían entenderse, vio levantarse, detrás de la estatua de la Inmaculada, un guerrero que hasta entonces había permanecido indiferente e indicaba a todos los inquietos que se acercaran a él. (El visionario conoció al individuo al que llama Liberador, pero no quiso nombrarlo). Entonces la Bienaventurada Virgen María, de repente, aunque era de blanco y frío mármol, sin embargo, irradiaba una sobrehumana majestad de su semblante augusto y con las sienes coronadas por una diadema, y toda su persona, tomando una expresión divina, adquiría el aspecto de una Reina vencedora y protectora. Extendía su mano derecha al Vaticano y parecía (**Es8.841**))
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