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((**Es8.812**) los nuevos salones, la enfermería y otros útiles ornamentos con los que recientemente y con grandes gastos le habéis dotado? Pero muy poco sería esto, si en mis visitas al Colegio Nazareno no hubiese admirado sobre todo el carácter ingenuo y modesto ciertamente, pero desenvuelto y alegre de vuestros alumnos, de tal forma que aparecían claramente sobre el rostro de cada uno los benévolos y afectuosos sentimientos de una alma sinceramente buena sin oropel ni ficción. Y este corazón sobre los labios, que descubrí en todos aquellos jovencitos, con rasgos espontáneos de cándida sencillez y tierno cariño, me demostró cada vez mejor cuán suave resulta el ejercicio de la virtud, cuando no está impuesto por la severidad, sino aconsejado por la dulzura. También los otros aspectos de la educación moral y civil me parecieron estupendamente organizados. Y para demostrar la plena satisfacción que de ello tuve y el gran placer que experimenté, valgan como prueba las conversaciones ((**It8.957**)) que sostuve con muchos en la misma Roma y también con el Santo Padre que tuvo un sincero consuelo por el amor que sé profesa a vuestro Colegio. Diré, además, que la enseñanza no es la parte menos importante del Nazareno, ya que me encontré allí excelentes métodos y altos estímulos, y lo que más importa, hombres muy sabios, a quienes tuve la satisfacción de conocer, como entre otros me place recordar al P. Taggiasco, al P. Farnocchia, al P. Rolletta y otros más de fama eminente como el P. Chelini, de cuya pérdida siempre se lamenta la Universidad de Bolonia, que admiró su perspicaz y profundo talento. Ved pues ahora, amigo mío, qué razones más justas tenéis para reconfortaros después de las desventuras que invadieron a vuestro Colegio con el cólera de Albano y cuánta esperanza debéis abrigar de que, por su propia virtud, vuelva a su primera fuerza y vigor. De ello puede también convenceros la constante y merecida reputación que el Nazareno ha gozado hasta hoy, y del gran número de alumnos que a él acudieron de todas partes de Italia, y de los hombres de valer que produjo. Muchos de ellos, celebérrimos por las altas dignidades, por los conspicuos cargos alcanzados, por la fama de ciencia y de letras (testimonio de preclaras virtudes) han merecido ornamentar por sí mismos el aula Magna del Nazareno. Bien me acuerdo de que en aquellos hermosos días pasados en el Colegio, me llamó poderosamente la atención contemplar admirablemente colocados los retratos de más de cuarenta cardenales, el último de los cuales fue el Eminentísimo Morichini, cuyo solo nombre es un espléndido elogio. Como entre los hombres de ciencia y de letras famosos, si bien recuerdo, contemplé los retratos de Paradisi, Pedro Verri, Barlocci, Labindo, César Lucchesini, Angel María Ricci, el senador Patrizi, Juan Marchetti y bastantes más nombres ilustres. Estoy muy persuadido, como más arriba os decía, de que todas esas razones valdrán para apartar de vuestro ánimo todo dolor y temor, y que, con nuevo valor, continuaréis mereciendo de vuestro Instituto y de la moral pública, principalmente en estos tiempos tan tristes e inconsiderados, y corresponderéis al mismo tiempo a las benéficas atenciones del Sumo Pontífice Pío IX, que os eligió para este tan difícil y relevante cargo, el cual recordando haber sido un día alumno de las Escuelas Pías, las ama y protege y, singularmente a vuestro Colegio, al que ha dado en mil ocasiones solemne testimonio de ánimo benévolo, y de soberana clemencia. Como también en otros tiempos honraron al Nazareno con su patrocinio los gloriosos Pontífices Urbano VIII, Clemente XI, Benedicto XIV, Pío VI, y Pío VII, y por último Gregorio XVI, lo que pude saber por las inscripciones marmóreas existentes en el Colegio. (**Es8.812**))
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