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((**Es8.733**) -íLo veis! íHay traidores hasta entre las personas que rodean al Papa! Monseñor Manacorda nos confirmaba que Pío IX no estaba seguro ni siquiera en sus habitaciones. Una noche le recibió el Pontífice después de las diez en su dormitorio, porque tenía que darle un importantísimo informe; pero antes de abrir los labios, el Papa, mirando alrededor con recelo le dijo: -Hablad bajito, que hasta aquí corremos peligro de no estar solos. íLas paredes oyen! Ante tantas perfidias se debería aplicar a Pío IX el dicho de Crux de Cruce (Cruz de Cruz), ya que muy bien pudo decir de sí muchas veces con el Salmista: <>. Pero, caso singular, o mejor, milagro de la divina Providencia, en varias ocasiones pudo también decir: salutem ex inimicis nostris (la salvación me vino de mis enemigos). Algunos de los que militaban entre sus adversarios, ya fuera por el horror que les producían ciertos atentados, ya fuera por remordimientos de conciencia, o también por interés, acudían de vez en cuando a la habitación de don Bosco y le contaban largo y tendido todo lo que se tramaba contra el Santo Padre, aun en el mismo Vaticano. Ellos conocían la prudencia de don Bosco y sabían que nunca habría revelado sus nombres. Había uno entre éstos, que era de los miembros principales de la secta y tuvo después la fortuna de morir como buen cristiano, el cual, cuando se encontraba con el Venerable, diríamos que casi le atormentaba con sus confidencias: -En una logia se ha decidido esto; en otra se habló de esto otro; en una tercera el hermano A. hizo esta ((**It8.862**)) antipática proposición contra el clero; pero el hermano B. fue de parecer contrario (y daba nombres, apellidos y títulos). Fulano, que en público se muestra de opiniones moderadas, en la logia se manifiesta como el más rabioso enemigo de la Iglesia; Zutano, en cambio, que goza en la ciudad de fama de intransigente contra la religión, es raro el caso en que tome la palabra. Don Bosco dejaba hablar, estudiaba el fin que les movía a ello, confrontaba lo dicho por unos y por otros, y cuando llegaba a conocer la verdad, cuando venía al caso, advirtiéndoles previamente, informaba al Papa de lo concerniente a su persona. Así a veces pudo el Papa precaverse de peligros inminentes y de algún traidor; pero más a menudo no hacían más que disponer su ánimo a abandonarse confiadamente en las manos de Dios. (**Es8.733**))
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