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((**Es8.640**) almas, que exhortasen a sus fieles a comulgar frecuentemente, aprovechando la ocasión de sermones, novenas, cuaresmales, catecismos, fervorines, confesiones, conferencias. Los buenos frutos demostraban la bondad de dicha recomendación. Un joven sacerdote, que llegó a ser párroco de un gran centro de población, se atuvo a sus consejos y se lanzó a trabajar; tuvo que sostener luchas, por parte de los sacerdotes y de los liberales, pero al final llegó a tener más de doscientas comuniones diarias y más de mil los domingos. ((**It8.753**)) Daba un gran valor a sus palabras la eficacia de sus bendiciones. El clérigo Carlos Giachetti sufría hacía dos años mal de muelas; era ya el tercero cuando, al llegar el mes de abril, los dolores se hicieron insoportables. Se había probado, aunque sin éxito, todo lo que la ciencia médica suele aconsejar en tales casos. El pobre joven llegó a tal extremo, que si los días le parecían horrendos, las noches le resultaban eternas e insoportables; no podía cerrar ojo y dormir, nada más que por momentos cortos e interrumpidos. Hacía tres días que no probaba bocado. La noche del 19 de abril gemía sin descanso y daba gritos desgarradores. Los compañeros, compadecidos y sin poder descansar, fueron a comunicar a don Bosco su lastimoso estado. Acudió don Bosco a verle, acompañado por don Juan B. Francesia y don Juan Cagliero. Preguntóle cómo se encontraba y respondió: -No sé cómo decirle lo que sufro y ni siquiera sé si en el infierno se sufren dolores más atroces que los que yo estoy pasando. ->>Tienes confianza en María Auxiliadora? -Sí; si usted me bendice espero que la Virgen me curará. Don Bosco exhortó a los que circundaban la cama del enfermo a rezar una Salve. Mientras estaban todos de rodillas diole él la bendición. Aún no había terminado de pronunciar la fórmula, cuando el joven clérigo se calmó y quedó tan profundamente adormecido que alguno de los presentes le creyó muerto. Pero, acercándole la luz, se vio que respiraba y le dejaron tranquilo. Durmió de un tirón hasta la mañana siguiente a la hora de levantarse. Se levantó con los demás compañeros, y estaba tan perfectamente curado que parecía no haber padecido mal alguno. A partir de entonces no sufrió más dolores de muelas en su vida, que terminó, casi diez años después, a causa de una aguda enfermedad tifoidea. ((**It8.754**)) Sucedió durante este año que un tal Patarelli quedó de repente medio idiota; tan desmemoriado que parecía bobo. Quince días pasó en este estado, hasta que don Juan B. Francesia, que era el (**Es8.640**))
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