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((**Es8.63**) Aquella misma noche del 16 de marzo, hablaba así don Bosco a los muchachos: Os veo a todos deseosos de saber algo sobre los últimos momentos de nuestro Ferraris y aquí me tenéis para satisfacer vuestro justo anhelo. Murió resignado; en su breve enfermedad sufrió mucho, pero no perdió la serenidad. Al entrar en el Oratorio me había dicho: -Don Bosco, estoy del todo dispuesto a hacer su voluntad; le obedeceré ciegamente; si ve que falto en algo, avíseme, castígueme y verá cómo me enmendaré. Yo le prometí que haría cuanto pudiese por el bien de su alma y de su cuerpo. Muchas veces me repitió el mismo ruego y siempre que le avisé de algo, se corrigió inmediatamente. Se puede decir que no tenía voluntad propia; tan obediente era. Su profesor me asegura que en la clase estaba entre los primeros por su aplicación al estudio. Cuando cayó enfermo, fui inmediatamente a visitarle, ya que el médico diagnosticó, desde el primer momento, la gravedad del mal. Le pregunté si el día de santo Tomás quería recibir la comunión. Y me respondió: ->>Tengo que vestirme para ir a la iglesia con los demás? Me encuentro muy débil para hacerlo. -Eso tiene remedio. Traeremos a tu habitación a Jesús Sacramentado. >>Estás contento? -Sí, muy bien. Le pregunté: ->>No tienes nada que te turbe la conciencia? >>Tendrías algo que decirme? Y después de reflexionar unos instantes, respondió: -íNo tengo nada! íQué hermosa respuesta! Un joven que se acerca a la muerte, que sabe que tiene que morir y puede responder con la mayor serenidad y tranquilidad de espíritu: íNo tengo nada! Le volví a preguntar: -Dime: >>vas de buena gana al paraíso? -Seguro, me replicó: así veré cara a cara cómo es el Señor, del cual he oído decir cosas maravillosas, y comprenderé cómo está hecha mi alma. De nuevo le dije: ->>No quieres nada de mí? -Solamente una cosa: que me ayude a ir al paraíso. -Sí. Pero >>no me pides nada más? -Que ayude también a todos mis compañeros a ganarse el cielo. Le prometí que haría cuanto estuviese de mi parte. Esta mañana lo encontré muy grave y no podía hablar; el catarro lo sofocaba. Habiéndole dicho ya a Rossi que, apenas el enfermo diese señal de ((**It8.59**)) entrar en agonía me avisase, acudí junto a su lecho. Tenía los ojos cerrados; estaba muy falto de fuerzas, pero apenas había dado yo un paso para ausentarme, pues el fin no me parecía inminente, abrió los ojos y comenzó a mover los brazos y todo el cuerpo, gritando con voz sofocada: -íAh, ah, ah! Volví atrás, le pregunté qué era lo que quería y, haciendo un gran esfuerzo, me dijo que deseaba morir teniéndome a su lado. Le respondí que se tranquilizase, que iba a mi habitación para despachar unas cartas y que volvería en cuanto me avisasen que había llegado su último momento.(**Es8.63**))
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