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((**Es8.605**) un saludo encantador. Nos habló como habla un padre a sus hijitos, no con la sublimidad de un sermón, sino con la manifestación del espíritu, y nosotros sorbíamos ávidamente sus palabras, que salían límpidas de la vena de su corazón sacerdotal. Dos cosas nos recomendó especialmente: devoción a Jesús Sacramentado y devoción a nuestra querida Madre Celestial. Y para que quedase en nosotros esculpido el recuerdo de aquella visita tan querida, pasó por las seis secciones en que estábamos divididos, para entretenerse más de cerca con nosotros y nos exhortó a crecer en la virtud y en la bondad bajo el manto maternal de María Auxiliadora. Antes de despedirse entregó a ((**It8.712**)) cada uno la medalla de la Virgen y nosotros, con vivo afecto besábamos su mano y la medalla que nos ofrecía. Finalmente, de rodillas en el suelo, le pedimos y obtuvimos su bendición. >>Siempre he guardado la medalla de don Bosco como algo muy querido y la consideré como una protección y una enseñanza. Han pasado casi cuarenta años y he experimentado, durante este largo período de mi vida, que nunca me ha faltado la maternal asistencia de María Auxiliadora, y tanto más me ha sostenido y confortado, cuanto mayores eran las dificultades en las que por casualidad me he encontrado. Comprendí, y quedó profundamente impresa en mi corazón, la gran lección de que, después de Jesucristo, no contamos con mejor apoyo en esta tierra, ni con consuelo de mayor alegría que confiarnos a la protección de la que es dispensadora de las gracias celestiales...>> También don Bosco conservó hasta la muerte la poesía que le leyó el jovencito Domingo Svampa; autógrafo precioso, querido hoy por doble motivo, y que celosamente guardamos. En el momento de la partida, el Cardenal De Angelis se postró en tierra y pidió a don Bosco que le bendijera, pero el Venerable se puso también de rodillas ante el Cardenal, el cual seguía diciendo: -Ya soy viejo; no nos volveremos a ver más en esta tierra; íbendígame, don Bosco! ->>Yo, bendecir a vuestra Eminencia? íYo, un pobre sacerdote! Jamás. -íSí que me bendecirá! -Pero >>cómo? >>Un pobre clerizonte, bendecir a un Cardenal, un Obispo, un Príncipe? Le toca a usted bendecirme a mí. -Si es así, >>ve, don Bosco, aquella bolsa? -Y se la señalaba.- Es muy poco, pero si me bendice, se la doy para su iglesia; íde otro modo, no! Don Bosco reflexionó un momento y concluyó: (**Es8.605**))
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