Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es8.560**) Quería hablar de la vida de don Bosco en un día cualquiera y en cambio estoy hablando de la de nuestro bienhechor. Sin embargo, lo he dicho para encomendarlo a vuestras oraciones. Cuando se entera de que en el Oratorio se habla y se reza por él, llora de satisfacción. Habría que enviarle una carta, pero como se merece, con papel especial, en nombre de todos los muchachos, con un ejemplar de la Historia de Italia y de la Historia Sagrada y algún otro librito (don José Cafasso, por ejemplo), que ya encomendé yo prepararan en la encuadernación. De este modo le dejaremos un grato recuerdo de nosotros y de nuestras necesidades. Dios pensara en lo demás. Don Bosco, pues, llega a casa a las nueve o a las diez de la noche, entra en su habitación con un fajo de cartas sobre las que se lee: urge, con prisa, con mucha prisa, con toda la prisa, urgente urgentísima. Y íay de don Bosco si no las lee esa noche! >>Cuándo podrá hacerlo? En efecto, a la mañana siguiente muchos, por no decir todos, aguardan respuesta. A unos se la da por escrito, a otros de viva voz. A los muchachos del Oratorio hasta ahora les respondió de esa manera. Y de no ser así >>cómo explicar de otro modo el fervor que, según se me dice, ha despertado entre nuestros queridos muchachos? Tal vez sea por ese motivo por lo que don Bosco retarde todavía el escribiros. Esta noche, a fuerza de importunarle para que lo hiciera, casi me merecí un pescozón. Y estoy seguro de que me lo hubiera ganado, si no hubiese usado toda la prudencia y le hubiese augurado unas buenas noches. Pero le compadezco y compadecerle también vosotros (í!) porque verdaderamente no tiene tiempo. Y ahora que empezamos a pensar en la vuelta a Turín, experimentamos diversos y dolorosos sentimientos. Y, sin embargo, en Turín es en donde están los que más queremos ((**It8.659**)) y por eso Dios nos quiere allí. Vamos y sin pena. Sin embargo, yo no sé cómo voy a poder adaptarme de nuevo a nuestros muchachos, ahora que estoy acostumbrado a alternar con duques, condes, príncipes y reyes. En efecto, el viernes fue don Bosco al Palacio Farnese para celebrar la misa. El Rey de Nápoles que ya me había visto, me reconoció, me saludó por mi nombre y me estrechó amigablemente la mano, mientras yo me hallaba con el Duque de la Regina, el Coronel A., la Duquesa B., que me rifaban. Por todas partes, después de don Bosco, me veo cercado de esta gente. En Turín volveré a ser amigo del príncipe Miguel y del principito el borriquito, del caballero Enría, del barón Anfossi, del duque Battagliotti, de la princesa Magone, etc. etc.; y es preciso que me conforme. Pero, aparte la broma: cuando llegue a Turín, íah! entonces mi corazón estará mucho más libre y mi alma más llena de fervor de Dios. Debemos rellenar una laguna. El Venerable, acompañado por don J. B. Francesia, fue al Palacio Farnese, en donde le recibieron con todos los honores. Por los salones hormigueaban señores de la más alta nobleza napolitana. Don Bosco celebró la santa misa en la capilla del Palacio. Le ayudó el mayordomo. Después, el Rey le acompañó a donde le esperaba la esposa con sus damas. La Reina Sofía era jovencísima, de pocas palabras y un tanto reservada. Invitaron a don Bosco a sentarse, habló de su iglesia de Turín y repartió unas medallas a la Reina y a las damas; el Rey, que se había retirado un momento, se asomó a la puerta (**Es8.560**))
<Anterior: 8. 559><Siguiente: 8. 561>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com