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((**Es8.50**) ->>Qué nos importa a nosotros que tú necesites esa fe? Allá tú. Pero vosotros sois buenos y por eso el Señor me concederá por vuestra mediación las gracias que necesito. Hay que pedir al Señor que remedie los desórdenes que suceden dentro y fuera de casa. En ((**It8.43**)) cuanto a los que suceden fuera, no hace falta que os los indique; sólo os digo: -íRezad! En cuanto a los de nuestra casa, ya habéis visto cómo me vi obligado a expulsar del Oratorio a seis jóvenes. La otra noche, cuando os hablé y os anuncié mi decisión, os aseguro que don Bosco sufrió mucho durante toda la noche y no pudo conciliar el sueño. Sólo yo sé lo que sufro para salvaros, queridos hijos. Haber sudado años y años para salvar a un muchacho y verse después obligado a expulsarlo de casa, a devolverlo a la calle, de la que le había sacado para que no se perdiese; ponerlo de nuevo en ella con peligro de su salvación, es algo muy doloroso, queridos jóvenes. Y >>cuál fue el motivo? La gula, origen de la pérdida de la mayor parte de las almas. Se robó algo de comer, para satisfacer la gula; se robó dinero para satisfacer la glotonería; se robaron libros y objetos para venderlos, sacar dinero y dar satisfacción a la gula. Por esto fueron expulsados algunos. Hay además otra arma de la que se sirve el demonio >>sabéis cuál es? La inmodestia. Lo diré mejor y más claro: la deshonestidad. íAh, guardaos, amigos míos, de este enemigo! El demonio os tienta poniendo en vuestras manos libros malos, haciéndoos pensar en lo que no debéis pensar, o con las conversaciones de un mal compañero. Cuando se os acerca uno de estos malos compañeros pensad: -Este es un ministro de Satanás. Y digan lo mismo los infelices que empiezan esas conversaciones: -Yo soy un ministro del demonio porque le ayudo a perder las almas. Mis queridos amigos: manteneos lejos del hurto y de la deshonestidad, si queréis ser amados por el Señor. El medio para vencer al demonio de la deshonestidad es practicar fielmente los propios deberes de clase y el reglamento de la casa. Don Bosco había dicho a los muchachos: <<-En cuanto a los desórdenes que sucedan fuera de casa, no hace falta que os los indique; sólo os digo: -íRezad!>>. Cuando se halló a solas con los clérigos y sacerdotes explicó su pensamiento. Estaba convencido de que, si se rezaba mucho, la nueva ley de la supresión de los conventos no sería aprobada. Y no falló la previsión de don Bosco, como nos lo narra la historia. El Gobierno italiano había decidido suprimir todas las órdenes religiosas y apropiarse de sus bienes para el Estado. El 4 de noviembre de 1864 el ministro Vacca presentó al Parlamento el detestable proyecto de ley. Al mismo tiempo, promovía y favorecía frecuentes reuniones de los sectarios en los teatros de las ((**It8.44**)) principales ciudades, en las que, tras furibundas diatribas, se inducía al poder legislativo a aprobar la ley. Los diarios impíos los apoyaban. Se abrieron subscripciones en favor de la ley, pero apenas se alcanzaron quince mil quinientas setenta y dos firmas. Los católicos presentaron a la Cámara (**Es8.50**))
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