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((**Es8.469**) -No niego esta importancia, pero... -Suponga que yo esté persuadido de que, en conciencia, deba advertir a quien, tal vez, no está preparado, y suponga que yo sé de quién se trata; >>es caridad o es crueldad advertir del mejor modo posible a uno de mis hijos que se disponga para el juicio de Dios? Y si yo callase y el otro muriese sin estar preparado, >>no cree usted que me quedaría remordimiento indeleble? -Bien; si usted está tan persuadido, adviértalo pero sin tanta publicidad. ->>Y cómo quiere que haga la advertencia? >>Quiere que le diga al individuo: -Tú vas a morir? -íOh, eso no! ->>Entonces? -íMire, don Bosco! Si eso es así, >>podría hacer un favor? -Diga usted. ->>Tendría inconveniente en decirme el nombre del que V. S. prevé que morirá dentro de poco? ((**It8.551**)) -No tengo la menor dificultad, con tal de que usted mantenga el secreto; si usted hablase, su imprudencia sería mucho mayor que ésa de la que se me acusa... pero... perdone: usted es persona culta y sensata y estoy seguro de que guardará celosamente mi secreto; por tanto, con gusto le diré el nombre. Sacó su libreta de notas el Delegado y tomó el lapicero, mirando fijamente a la cara a don Bosco, que en aquel instante se quedó pensativo. -íJuan Boggero!, pronunció lentamente el Venerable. El Delegado escribió el nombre y, haciendo una inclinación de cabeza, salió. Juan Boggero, natural de Cambiano, era sacerdote: contaba veintiséis años. Era un hombre guapo, muy inteligente y también muy bondadoso; toda la casa le quería. Había pasado su niñez junto a don Bosco, dando las más bellas esperanzas. Pertenecía a la Pía Sociedad de San Francisco de Sales desde el 23 de enero de 1861. Pero, a mediados de 1866, cansado del reglamento, alentado por sus parientes, aconsejado por personas poco sensatas, había decidido salir del Oratorio. Presentóse a don Bosco y pidióle permiso para ir a su casa, aduciendo como motivo que sus dos hermanas tenían necesidad de su asistencia y por tanto él debía buscar un empleo. Don Bosco se sintió herido en su corazón, quiso persuadirle para que se quedase, porque su vocación era, sin duda alguna, la de perseverar en la Pía Sociedad, y que Dios proveería a las hermanas. Pero, ante su obstinación, acabó por decirle: (**Es8.469**))
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