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((**Es8.426**) ((**It8.500**)) Finalmente se firmaba la suspirada paz entre Italia y Austria en Viena el 3 de octubre. Las tropas austríacas se retiraron de las provincias Vénetas y el 19 del mismo mes el general Le-Boeuf, delegado para ello por Napoleón III, las entregaba a Italia. Del 21 al 27 se cumplió la formalidad del plebiscito. En todas partes se vio al clero, precediendo al pueblo en las urnas, para pedir la unión al reino de Italia. Los Obispos habían invitado al pueblo con circulares especiales a dar gracias con el Te Deum, a rezar por el nuevo rey Víctor Manuel y a concurrir al plebiscito. El Rey recibía en Turín el 4 de noviembre la diputación de los venecianos, quienes le presentaron el resultado casi unánime del plebiscito, y el 7 ingresaba solemnemente en Venecia y respondía cortésmente a los discursos de congratulación, devoción y fidelidad firmados por los Obispos y el Clero, y aceptaba sus votos a los que correspondía con palabras de confianza y veneración. Pero todo ello no bastó para mitigar el odio de las sectas contra el sacerdocio. Siguióse gritando que no había que creer al Clero, que precisaba tenerlo sujeto, que se le debía hacer pagar su complicidad con el pasado Gobierno, y que era menester quitarle todo medio de oponerse a la libertad. Y con estas desconfianzas, siempre inculcadas en la baja plebe, los autores de tumultos consiguieron provocar injurias y crueles violencias. Pidieron al Emmo. Cardenal Patriarca de Venecia que bendijera la bandera de la Guardia Nacional e inaugurase con una solemne ceremonia la actuación de las nuevas ordenanzas civiles: aceptó enseguida y se dispuso a ello gustosamente. Pero, mientras se disponía a salir del palacio, una multitud de gente plebeya le insultaba armando barullo. El Comandante de la Guardia Nacional impidió mayores ultrajes con una arenga que hizo callar a los manifestantes y así se pudo cumplir la ceremonia sin desórdenes. Pero los Comisarios del Gobierno habían empezado también en el Véneto la persecución contra el clero con la aplicación del domicilio forzoso, los encarcelamientos, las pesquisas domiciliarias y los secuestros. Viéronse ((**It8.501**)) entre gendarmes, como si fueran reos, conducidos a las cárceles públicas entre los alaridos, silbidos e insultos de la gentuza más ruín, honorabilísimos canónigos, párrocos y simples sacerdotes, arrancados de sus iglesias, sin que se pudiese alegar en su contra el más leve indicio de culpa. A otros se les aconsejó mudar de aires, por aquellos mismos que, debiendo administrar justicia, garantizar la seguridad personal, defender a los inocentes, no encontraban el modo de condenarlos ni se atrevían a defenderlos. (**Es8.426**))
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