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((**Es8.418**) Y fue a echarle algo. Pero, busca por aquí, busca por allá, llama que llamarás, no fue posible encontrarlo. Todos quedaron maravillados, pues no se habían abierto puertas ni ventanas, y los perros de casa no habían dado señal alguna de su salida. Se renovaron las pesquisas por el piso de encima, pero inútilmente. El perro había desaparecido y, desde entonces, nadie de aquellos alrededores supo nada de él. Don Bosco mismo contó este suceso unos años después, con motivo de que, habiendo caído la conversación sobre el famoso Gris, le preguntaron si lo había vuelto a ver después de 1855. -Sí, añadió; después de los primeros años, me lo encontré varias veces más, cuando me hallaba avanzada la noche sin compañero... Nosotros y otros muchos estábamos presentes a la narración de estos hechos. Por aquellos días anunciaba don Bosco a los padres de los alumnos estudiantes del Oratorio, de Mirabello y de Lanzo, que las clases empezarían el 19 de octubre. ((**It8.490**)) El clérigo Luis Delú, que había obtenido en Alessandria el diploma de maestro para las clases elementales inferiores, volvió a Lanzo. El clérigo José Mignone, que poseía el diploma de profesor para los tres primeros cursos de bachillerato, fue titular del segundo en el Oratorio y eran sus colegas los profesores del curso anterior. Había un total de trescientos quince alumnos, sin contar los estudiantes externos; en el quinto curso eran cuarenta. También los aprendices tuvieron sus maestros; y el coadjutor José Rossi, con carta de presentación, fue encargado de hacer las compras y provisiones para el Oratorio. Don Bosco recordaba a todos los Superiores, maestros, asistentes y jefes de taller la obligación de prevenir los desórdenes y de mantener firme la observancia del reglamento, salvaguardia de la moralidad, y no dejaba de recomendar continuamente la caridad, los modos afables, y en ciertos casos también la tolerancia al exigir la obediencia. Decía, a veces, a quien tenía un natural áspero: -Deseo que de hoy en adelante te ganes los corazones sin hablar; y, si hablas, condimenta tu palabra con dulzura. A otro: -Recuerda que las moscas no se cazan con vinagre. Un día tomó aparte al Prefecto del Oratorio y, con toda seriedad, le dijo: -Escucha, querido: ponte a traficar con aceite. ->>Traficar con aceite?, repitió extrañado el Prefecto. (**Es8.418**))
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