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((**Es8.407**) tratado confidencialmente, y se persuadió de que su teología estaba infectada con los errores de los gnósticos o, por lo menos, eran afines a sus herejías. El Siervo de Dios había dado en el blanco, puesto que más tarde afirmaba el pobre teólogo que por medio de la comunión se puede llegar a tan gran santidad como para resultar impecables, aun en las más peligrosas ocasiones, y que en este estado cualquier acción pecaminosa, no es pecado; él mismo decía estar seguro de haber alcanzado la cima de esa santidad. El Siervo de Dios refirió el éxito de sus investigaciones a monseñor Speranza añadiendo que, a su juicio, no se debía permitir al profesor Berzi el ejercicio del sacramento de la Penitencia. En el 1881, contándole este hecho de su vida a don Pablo Albera en Marsella, atribuía los errores de Berzi a un principio de debilidad cerebral, como ya había dicho al Obispo de Bérgamo y a varios prelados de Roma. En 1881 el pobre sacerdote vivía todavía e iba cada año a Sampierdarena buscando alivio para sus males en los baños de mar. Ya no podía celebrar la santa misa, ni era capaz de rezar el breviario, que tenía horas enteras abierto en la mano. A fines de septiembre don Bosco escribía a una incansable bienhechora suya, la reverenda madre Magdalena Galeffi, Presidenta de la casa de las Nobles Oblatas en Tor dei Specchi. El número de aquellas religiosas había disminuido y la Presidenta, deseosa de ver florecer de nuevo su Comunidad, célebre por muchos títulos, había pedido consejo a don Bosco, el cual le respondía: Benemérita Madre: He recibido su carta y la limosna que manda para nuestros pobres muchachos (cinco liras). Todos nosotros se lo agradecemos y pedimos a Dios que la recompense con liberalidad. No esté inquieta por el número de sus hijas, porque no es el número ((**It8.476**)) lo que cuenta; son la caridad y el fervor los que dan gloria al Señor. Tal vez antes de que termine este año podré saludarla en persona y hablaremos de cuanto indica en su carta. No dejaré de rogar especialmente por esa familia, que usted me dice está sumida en la tribulación. Recuérdele que las espinas de esta vida serán las flores para la eternidad. Bendígale Dios a usted y a su familia y haga de todas una casa de santas. Amén. Encomiendo mi alma y la de mis jóvenes a la caridad de sus santas oraciones mientras me profeso con gratitud, De V.S.B. Turín. 29 de septiembre de 1866 Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. (**Es8.407**))
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