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((**Es8.396**) de mí solícitamente y enviaba a don Bosco en fechas fijas cierta cantidad de dinero destinada para mí. De vez en cuando, me llamaba don Bosco para preguntarme si necesitaba esto o aquello; que se lo dijese libremente, porque nunca me faltaría nada. Recordaba yo entonces, como las recuerdo ahora, las palabras que don Bosco me dijo en febrero de 1858, cuando tuve la desgracia de perder a mi padre: Recuerda, Garino, que siempre tendrás en mí un padre. Y así fue, hasta que murió>>. Mientras las poblaciones de la Península vivían en continuo temor y seguían los trámites de paz entre Italia y Austria, la noche del 15 al 16 de septiembre se vio repentinamente invadida la ciudad de Palermo por unas bandas de ladrones, respaldados por varios millares de prófugos y de cuadrillas de republicanos con gorro y bandera roja, todos pertrechados de armas y municiones. Era el efecto de una amplia conspiración de los sicilianos para liberarse de un gobierno que odiaban, prometiéndose, después de Custoza ((**It8.462**)) y Lissa, la disolución de la unidad italiana y su propia autonomía. Durante cinco días enteros la metrópoli de Sicilia estuvo casi por entero a merced de los revoltosos que gritaban íViva la República! El populacho de la ciudad y de los suburbios les apoyaba. Los mil quinientos soldados de la guarnición no podían resistir los incesantes asaltos de aquellas turbas furibundas, que se entregaban al saqueo, los incendios y asesinatos. Pero el día 20 desembarcaban dos divisiones completas, mandadas por el general Rafael Cadorna, a quien se le habían otorgado amplísimos poderes. El 21 daba un fuerte ataque a la ciudad; fue bombardeada por los acorazados y ocupada, después de muchas horas de encarnizado combate y gran mortandad. Muchos de los revoltosos lograron huir y ponerse a salvo en el campo y escondiéndose en el monte. Por la noche, en señal de alegría, se iluminaba la ciudad pero se declaraba el estado de sitio por toda la provincia. Durante varios días se procedió a numerosísimos arrestos y fusilamientos con juicio militar sumarísimo. Mas, por desgracia, las consecuencias de la rebelión cayeron sobre el clero y las órdenes religiosas. Los diarios del gabinete de Florencia se apresuraron a pregonar que los agitadores de la plebe eran sacerdotes, frailes y monjas; y, sin más, el Ministerio resolvió aprovechar la ocasión para confiscar sus bienes en los que, dadas las condiciones de aquellos pueblos, no había osado meter mano. El pretexto fue sencillo: <<íLos rebeldes estaban atrincherados en (**Es8.396**))
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