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((**Es8.192**) ->>Qué quiere que le diga? Le diré que es consolador el pensamiento de haber trabajado siempre por el Señor. -No, no es esto...; lo que me consuela es pensar en la misericordia de Dios. Yo estoy tranquilo... >>No será, acaso, presunción esta mi seguridad?... Y, sin embargo, busco una razón seria que me humille y me confunda y no lo consigo. Y concluyó exclamando: íOh! íCuánto deseo unirme al Señor! íCupio dissolvi et esse cum Christo! Dio después orden de que, apenas hubiese expirado, fuese uno de nosotros al Oratorio e hiciese telegrafiar a don Bosco, dado caso que estuviese todavía en Castelnuovo. En aquellos momentos se hallaban presentes en la habitación varios de los clérigos destinados a velarlo. Como quiera que habían pasado en vela varias noches, y ocupados durante el día con los muchachos, se encontraban molidos como una alheña. El moribundo se dio cuenta de ello y les ((**It8.216**)) mandó que fueran a descansar. Ellos se resistieron, pero tanto insistió que tuvieron que retirarse. Quedóse en la habitación el joven Modesto Davico, su paisano, enviado de Turín algún tiempo antes, a fin de que, en caso necesario, pudiese prestarle sus servicios. Yo también tuve que retirarme. Tenía el enfermo aquella noche un aspecto tan sereno que nadie hubiera presagiado que estaba tan próximo el término de sus sufrimientos. Pero no era todavía media noche cuando, haciendo un esfuerzo para alzarse de la cama, llamó a Davico y le dijo: -Dame la sotana; quiero levantarme; me falta la respiración; necesito pasear. -Pero hace frío, observó el joven; este paseo podría hacerle daño al costado. -Me ahogo, querido; necesito aire. El joven enfermero le ayudó a bajar de la cama y a vestirse, y le sostuvo mientras se encaminaba hacia la puerta para salir al exterior; pero, apenas dio unos pasos, vaciló y cayó en brazos del que lo sostenía. Le asaltó entonces un golpe de tos y le faltó la fuerza para expectorar, por lo que el estertor le subió a la garganta. Davico, asustado, sin poder sostener más el peso de un cuerpo inerte, ni agarrar la cuerda de la campanilla, demasiado lejana, empezó a gritar: -íDon Víctor se muere, don Víctor se muere! El moribundo volvió la cabeza hacia el joven y le miró tranquilamente a la cara. Davico, al ver que sus gritos no habían sido oídos, le colocó despacio (**Es8.192**))
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